«Un ejemplo de cine fantástico de extrema pureza y originalidad», escribí hace tiempo a propósito de El tío Boonmee recuerda sus vidas pasadas. Ahora, al afrontar el debut de su director, siento que podría utilizar las mismas palabras sin perder precisión o faltar a la verdad. Si la cultura (de un pueblo, una región, un país) se construye, en gran medida, en base a una tradición oral de raíces ancestrales, lo que Weerasethakul propone aquí es una suerte de ensayo sobre la cualidad colectiva y hereditaria de la fabulación, sobre la naturaleza permeable, voluble, plural, de las leyendas que cimentan toda arquitectura cultural, levantada piedra a piedra a través de relatos y cuentos transmitidos oralmente de generación en generación. Experimento juguetón y desconcertante que pone en su centro el poder y valor de la imaginación, Mysterious Object at Noon constituye en sí misma una pieza cinematográfica cuya bienvenida anomalía pone en tela de juicio las limitaciones creativas del cine convencional, cuyos rigores estructurales y narrativos el tailandés traspasa a fuerza de inventiva, riesgo e inteligencia. A medio camino entre el documental y la ficción, estamos ante una obra que se resiste tenazmente a ser etiquetada y reducida a un único género, y en cuyo seno ya laten algunas de las principales constantes de su autor, en particular, esa curiosidad por desentrañar el alma de un país (Tailandia) a través de sus gentes y sus creencias.
Recorriendo, desde la urbanita Bangkok, las zonas rurales del país, y utilizando a los aldeanos con los que se va encontrando como particulares demiurgos de un universo ficticio en constante mutación, Weerasethakul acierta al evocar la flexibilidad narrativa del medio mediante un relato que se construye sobre la marcha y que se va desdoblando y expandiendo ante nuestra inquisitiva mirada con una libertad insólita, convertida la misma materia narrativa en arcilla húmeda al servicio del asombro y la iluminación poética. Esta reflexión —sosegada, extraña y en granítico blanco y negro— sobre el noble arte de contar historias (y sobre su valor), conecta también con otra característica diría que idiosincrática del cine de su autor: su capacidad para introducir orgánicamente lo fantástico dentro de lo cotidiano, sin alardes ni rupturas de tono, sino con la suavidad, casi más propia de un prestidigitador que de un cineasta, con la que se fusionarían dos ríos que fluyen tranquilos hacia un mismo mar. En Mysterious Object at Noon, empero, no se aborda la fantasía ni con la misma frontalidad (desde un principio, somos conscientes de que el elemento sobrenatural es pura invención) ni con el mismo lirismo e inventiva de que hacía gala en El tío Boonmee…, pero eso no significa que los derroteros fantásticos que toma el relato, así como la forma en que se intercalan dentro de la vertiente “realista” o documental del film, sean menos gratificantes u osados. En el particular universo del tailandés, un objeto circular puede convertirse en un niño de otro planeta, y a su vez éste desdoblarse en el dopplegänger de una enigmática profesora, etc.
La cinta disfruta siguiendo el zigzagueo imprevisible que rige la autoría colectiva de esta singular fábula sin centro ni poso moral perceptible, una fábula que simplemente obedece al mero ímpetu de la imaginación, que expande sus redes cual virus al tiempo que el autor de Síndromes y un siglo captura de fondo el latir general de todo un país, sus gentes, sus creencias y supersticiones, sus costumbres populares, incluso el clima político y social, todo en un conglomerado impresionista y plasmado como en sordina sobre el que pesa el deseo de contar, inventar y seguir contando, revelando el compromiso colectivo con la imaginación que parece actuar de eje de esta singular propuesta cinematográfica. Y aunque el espectador pueda temporalmente desconectar o perderse entre su sinuoso discurrir (que, efectivamente, ocurre en algún momento), lo que prevalece es la sensibilidad del cineasta para indagar en las posibilidades narrativas del medio a base de imaginación, riesgo, sentido del humor y la luz de una cámara que captura la realidad que hay ante sus ojos (y no sólo la visible) con tanto humanismo como originalidad. No por nada, con aún no demasiados títulos en su haber, muchos ya le consideran uno de los directores más personales e importantes de lo que va de siglo. En esta, su primera película, brinda generosas muestras de su talento, si bien todavía en una fase embrionaria. Una rareza a paladear en estos tiempos de domesticación generalizada y falta de ideas.