Emmett Louis Till cambió el rumbo de la historia sin apenas tener la oportunidad de desplegar sus alas. En la ficción se repasan de nuevo las consecuencias de su brutal muerte en un momento en el que la sociedad estadounidense despertaba en busca de cambios en sus dinámicas raciales. Emmett, un chico del norte por el que su madre, a tumba abierta, clamó una justicia que todavía está por llegar, y no solo para su hijo, para todos aquellos que parecían molestar a los blancos en sus anodinas y controladoras vidas por su sola presencia.
Antes de Till, el crimen que lo cambió todo, en 2018 Kevin Wilson Jr. quiso dar forma al preludio de la muerte del joven en el cortometraje My Nephew Emmett, donde nos centramos en el punto de vista de su anciano tío Mose Wright. El corto nos sitúa en Money, durante el verano de 1955, en el condado de Misisipi. Los hechos nos dicen que ese joven de Chicago quiso conocer el Sur, vivir de cerca aquellas historias que contaba su tío y que tanto distaban de su vida en la ciudad. En la ficción, nos encontramos en un acogedor hogar, donde una distendida conversación entre sobrino y tío nos permite contemplar la felicidad de las pequeñas cosas, el sentido de responsabilidad de Mose frente a los jóvenes que corrían por la casa y su intención de compartir conocimientos, el hambre de vida y diversión de Emmett, resuelto y coqueto; y la mirada encantada de su tía, de la que es fácil contagiarse.
Con un pequeño diálogo aferrado a la familiaridad, el director sabe anticiparse al revés dramático que está por llegar. Desde ese momento ya no se separa del cuerpo de Wright, el hombre que ha crecido como negro en una comunidad hostil, que conoce las distancias que marca la gente blanca en el lugar, que sabe, tras intercambiar unas palabras con un vecino, que el peligro acechará sus vidas en breve y que el cronómetro ya ha comenzado su cuenta atrás hacia la desgracia.
Kevin Wilson Jr. sabe jugar con los paralelismos sin necesidad de complicar el diálogo. Un hombre solo frente a la noche a la espera de que el mal llame a su puerta, abrazado a una escopeta, observando a uno de sus jóvenes hijos o sintiendo la asfixia del agua de su propia bañera, detalles que invitan a pensar en la oscura experiencia que rondará en la memoria de su protagonista a partir de entonces. Aunque hay un claro punto de vista, el director no coarta la interpretación de cada personaje que aparece en escena, todos tienen unos instantes para definir su postura en esta historia, desde la ignorancia o desde la injusticia, pocos segundos son suficientes para hacer estallar un diálogo interno en los presentes. También los colores con los que viste las escenas son de cuidados tonos cálidos en las estancias familiares, propias del verano y el sur, que se enfrían hacia la noche y la desesperación, en presencia de unos verdugos aún sin rostro.
La tensión ante la llegada de los intrusos no son más que pequeños cuchillos afilados que prometen la fatal tragedia que le siguió en la realidad, un hecho al que hace referencia recuperando imágenes de archivo del verdadero Mose Wright, con el que cierra un cortometraje de gran capacidad humana y que alberga un drama contenido en el terror desde quienes nada pueden hacer, en un breve espacio de tiempo, para cambiar años de segregación racial. Un inspirado relato que no deja indiferente.