El morbo del asesino. Todos estábamos allí dispuestos a conocer el fondo de un asesino famoso. El tipo que rompía cuerpos, comía, el tipo que no aceptaba su condición. Pero antes del reconocimiento maldito tuvo una familia, una infancia, una juventud. Y aquí es donde coincidimos en el tiempo con My Friend Dahmer, el anticipo al monstruo reconocido, el joven de instituto que ya apuntaba a maneras.
Marc Meyers reconoce su interés por lo previo adaptando la novela gráfica de Derf Backderf, un personaje con entidad propia dentro de la historia, dentro de la película, el dibujante que se dibuja a sí mismo.
El detalle cambiante es encontrar al creador como uno de los personajes, un fan más de la obra de Dahmer y a la vez, un artista propio, por lo que nadie deba buscar la justificación del comportamiento del Jeffrey Dahmer adulto, del carnicero de Milwaukee, esta historia comporta la singularidad de un joven hormonado, de rabia latente, fuera de lugar, tímido pero capaz de afrontar su posición, atreviéndose a destacar. Lo normal en cualquier adolescente, pero en esta ocasión lo que realmente conocíamos era su futuro. Al final explota este en particular, es algo que ya sabemos.
Dahmer es un joven más, algo atractivo, bastante apocado, una intuición de profundo mundo interior. Padres complicados, hermano pequeño, intereses varios y odios al por mayor. Lo que roza el “randomismo” como alguno diría por aquí. Hay algo que realmente llama la atención en la película y es precisamente la apertura al mundo del personaje a través de sus excentricidades. Utilizarlas para llamar la atención. Conseguirlo. Afrontar su nuevo rango social en ese mundo llamado instituto de secundaria. Potenciar al tipo raro para dejar de ser el «raro». Ser el raro en modo rey. Puro amor.
Es llamativo que se afronte la aceptación en una edad tan complicada a través de su extremismo. Llevar al payaso al idolatría. Esto nunca acaba bien. Pero estamos conformes, sabemos el final, lo que desconocemos es el peso de esta situación en el ‹psycho-killer› definitivo.
Aunque pequeños detalles nos transmiten la relación del dibujante con Dahmer (sus primeros dibujos aparecen en diferentes escenas demostrando que fue el héroe inspirador antes de su fama final), no es lo realmente importante aquí. Sitúa el contexto pero no las condiciones de la historia. Seguramente los buscadores del morbo se darán el gran batacazo con el film, por no encontrar la esencia del asesino en la película, al faltar esa evidencia que, por ejemplo, sí encontrábamos en la reconstrucción de la infancia de Michael Myers en el Halloween, el origen de Rob Zombie.
Sin embargo tiene la riqueza de una oscura ‹coming of age›, y el carácter de una obra sólida. Se hace palpable la soledad del artista. Hay un mundo interior en este Dahmer (que recordemos, estamos conociendo de forma parcial como una simulación de vida ficticia) que reconoce la confusión de un joven en este entorno hostil, no por el comportamiento de los compañeros, solo disfrutan de las locuras de alguien que se presta a ello, es más bien por la falta de control de la situación, por la mancha negra en la que se va convirtiendo al descubrir que no sabe o no quiere encajar.
Porque como estudio de un joven solitario y sus demencias explotadas es brutal, pero al mismo tiempo la empatía con el personaje es palpable, se da casi por aceptado que este Dahmer se vuelva turbio, borroso, nos entristezca ante ese grito soterrado pidiendo que alguien le saque de ahí. Pero nadie le salva, él solo sigue el camino que se abre a su paso, y nos preguntamos de nuevo si el asesino nace o se crea con el tiempo. Es una incógnita. Solo conocemos que alguien subió a su coche y él, hastiado y borracho, lo mató. Pero eso ocurrió después de My Friend Dahmer, no lo hizo Jeff, fue Jeffrey.