El cineasta mexicano Alonso Ruizpalacios sorprendió en el circuito de festivales con su debut Güeros hace ahora 4 años. Una obra que podríamos calificar, a riesgo de caer en los lugares comunes de la crítica cinematográfica —y creedme, son los peores lugares comunes y las peores frases hechas vacías de contenido que se pueden encontrar. Hay obituarios de dirigentes políticos con más imaginación— de “fresca”, donde se hacía una radiografía tanto de la Ciudad de México, de un determinado momento del país, como del lienzo sobre la juventud de dicho lugar.
Mi reacción ante dicho filme solo se puede considerar de enamoramiento. Por eso eso había muchas ganas por saber dónde decidía detener su mirada el director, tras la dichosa presión de una ópera prima exitosa, se espera con tantas ansias el siguiente paso en la carrera del cineasta, afilando los cuchillos por si no vuelve a sorprender y se condena a flor de un día el previo trabajo.
Museo, la segunda película de Ruizpalacios, es en parte una ruptura con su anterior trabajo, por mucho que su mirada siga fija en una juventud que no encuentra ni su voz ni su espacio. El director además decide dar un salto mortal en este nuevo filme, al arriesgarse tanto con un acontecimiento que buena parte de la sociedad mexicana aún recuerda —basado, por tanto, en hechos reales, por mucho que los responsables del libreto decidan hacer lo que les de la gana con este término vende-películas—, como por huir de los convencionalismos del guión al no intentar entrar, al menos desde el mismo, no así desde el simbolismo, en los motivos y causas que llevaron a dos amigos a realizar el robo del siglo en un museo y sustraer hasta 120 piezas de arte de valor incalculable.
No hay escena de los protagonistas preparando el golpe, ni justificación, ni motivos previos al mismo. La mirada de Ruizpalacios se detiene sobre todo en uno de los personajes, interpretado por Gael García Bernal, y un entorno familiar que, de paternal, lo oprime. Un joven que no lleva la vida que se espera del hijo de un doctor, que sabe que su camino en la vida será menos exitoso que el de su padre, al menos laboralmente, que se encuentra en un estado de espera infinito, en esa edad donde las preguntas sobre el futuro solo pueden hacer daño y es mejor no responderlas. El hijo de la clase media conocedor de su fracaso antes incluso de comenzar.
Es aquí donde de manera continua nos lleva Ruizpalacios y su coguionista Manuel Alcalá —¿puede haber una profesión más maltratada y olvidada por la crítica que la del guionista? bueno sí, la del director de arte, pero esa es otra historia—, la vergüenza del personaje de Gael con su padre es el auténtico motor de buena parte de la película.
Pero aparte de esta visión, que por muy anclada en los ochenta que esté, es tanto universal como especialmente relevante en la actualidad, los responsables del filme detienen también su intención en algo tan complejo como puede ser la identidad, en este caso la cultura mexicana y su pasado precolombino, y el contraste con la actualidad. Se atisba a grandes rasgos una obsesión por los protagonistas con este hecho, y hay escenas aquí y allá, incluido un viaje por un México que nos lleva desde las pirámides hasta las casas de lujo de lugares turísticos, que no es ni gratuito ni debe pasarse de largo a la ligera.
Museo es tanto ese salto mortal por parte de su cineasta huyendo de algunos convencionalismos del guión que se encuentra en todo aburrido libro de cómo escribirlo, como una continuación de la perspectiva del cineasta sobre la juventud y que significa ser mexicano hoy en día. El robo en sí es solo una excusa para hablar de otros temas y reafirmar a Ruizpalacios como una figura importante en una cinematografía tan importante como es la mexicana. Museo puede pecar de sosa tras finalizar su visionado. Una cinta con una fina ironía que puede no funcionar siempre. Una obra autoconsciente desde el primer momento que no va a resolver las preguntas presuntamente claves que pueda formularse buena parte del público.