Una de las cuestiones que han originado mayor debate a tenor de la crisis de los refugiados es la de las fronteras entre estados. ¿Hasta qué punto es ético poner barreras en un mundo que nos debería pertenecer a todos por igual?, se preguntan algunos. Sin embargo, la cosa es bastante más complicada como para reducirlo a una sola pregunta, habida cuenta de la fragilidad de los sistemas de seguridad social de los países occidentales y el temor al terrorismo del Estado Islámico y derivados, dos puntos que parecen obligar a los estados de la UE a mirar con lupa el flujo de inmigrantes hacia Europa. Estas barreras a las migraciones cobran una preocupación especial cuando se trata de algo no sólo político, sino también físico; en decenas de lugares por todo el mundo, un muro separa a un país de otro, generalmente a una nación próspera de su vecina más pobre. La esperanza a un lado, la penuria al otro. Justamente lo que el ser humano parecía tratar de evitar durante los últimos siglos.
Muros es un documental español dirigido por los navarros Pablo Iraburu y Migueltxo Molina (realizadores del alabado Pura Vida. The Ridge) que trata de buscar el sentido a estas construcciones casi de la vergüenza, tomando como referencia la rutina diaria de varios individuos de uno y otro lado del muro. En este caso, los directores dirigen su mirada a tres lugares: el muro que separa España de Marruecos en Melilla; el que existe entre EEUU y México; y el construido en la frontera entre Zimbawe y Sudáfrica. Si bien al final se encargan de recordarnos que hay muchísimos más (citando especialmente el que Israel está construyendo a lo largo de la franja de Gaza), el documental se centrará en seis historias paralelas ambientadas a un lado y otro de las respectivas fronteras.
Antes de comenzar con las historias individuales, Muros inicia su metraje con imágenes de archivos sobre la caída del Muro de Berlín, en lo que probablemente será el mayor acierto de la cinta. ¿Por qué el mundo occidental celebró tanto este episodio simbólico y, sin embargo, mira para otro lado con los muros de hoy en día?, parecen querer cuestionarse los cineastas, con tanto tino como sentido de la oportunidad. Esta comparación entre un suceso y otro da paso una pantalla partida con individuos de un lado y otro del muro a cada lado, en la que trata de decir que todos somos iguales: nos acicalamos por la mañana y salimos a trabajar. Más adelante, otra pantalla partida servirá para ilustrar la diferencia socioeconómica en cuanto a las comidas: a un lado de la frontera se hinchan tanto a comer que tienen que acabar rechazando la comida que les ofrecen e incluso le dan un poco al perro; al otro lado, tienen tan poco que deben comer bien despacio para que sepa mejor.
Lo cierto es que las seis historias de Muros transcurren de diferente modo pero con muchos puntos comunes entre sí, sobre todo por esa delgada línea que separa el documental de un cierto aire de ficción que en ocasiones deja la duda al espectador. Cobran un especial protagonismo los relatos de la pareja de mexicanos que arriesga su integridad física por pasar a EEUU y el del guarda sudafricano que vigila la entrada de zimbabwenses en su territorio. Por el contrario, la historia del guardia civil español que vigila la valla de Melilla al final no está desarrollada lo suficiente, residiendo todo su interés en una conversación familiar a la hora de la comida que abochornará a más de uno (algo que también sucede con la familia sudafricana). Tampoco gozan de mayor trascendencia en el documental las penurias de los zimbabwenses, aunque llama la atención cómo ellos mismos tratan de plasmar sus preocupaciones en obras teatrales. En este sentido, las mayores virtudes de la cinta las encontramos en la acertada reflexión del estadounidense respecto a la cuestión migratoria y en la tristeza que desprenden las palabras de la madre marroquí a sus hijos acerca de la valla de Melilla. No en vano, hay bastantes frases rescatables a lo largo del film, como aquella que reza algo así como: “En vez de construir muros, yo construiría puentes”.
En ciertas ocasiones, Muros termina por caer sin pretenderlo en algún detalle demagógico, pero en general procura no entrar en cuestiones políticas más allá de las opiniones de los propios protagonistas, por lo que la obra no es en absoluto criticable a través de este sentido. Sí es más decepcionante que los directores no terminen de ahondar demasiado en la cuestión principal, quedándose en detalles muy superficiales. Al final el documental ni es analítico desde un punto de vista económico o social ni tampoco resulta demasiado emotivo con excepción de un par de secuencias, lo cual es sorprendente dada la elevada presencia de aspectos dramáticos. En cierta manera, se rompe ese grato comienzo que tanto prometía, pero no deja de ser una pieza cinematográfica recomendable aunque sólo sea para no olvidar uno de los mayores dramas que presenta el mundo hoy en día.