La directora Maider Oleaga regresa a Euskadi y se instala en una casa que le depara una sorpresa, una misteriosa conexión con una mujer de nombre para ella hasta entonces desconocido: Elbira Zipitria. Una placa en su edificio la conmemora, pero poco o nada se conoce de ella. En Muga deitzen da Pausoa (Paso al límite) vemos el resultado de meses de investigación a través de su íntima relación con los espacios del que fuera escuela de enseñanza clandestina de euskera durante la dictadura franquista. Pronto su interior iluminado mínimamente por la luz que se filtra por las ventanas cobra un nuevo sentido. Un sentido de lugar social cerrado sobre sí mismo en el que la transmisión de la tradición es posible para evitar la descomposición de toda una comunidad y su cultura. La propia directora se incluye en el film, utilizando su cuerpo como vehículo para evocar la presencia espectral de Elbira, pero también para realizar una serie de ejercicios performativos interactuando con la luz y las paredes del apartamento y otros objetos ante la cámara. La proyección de antiguas fotografías otorgan la dimensión social y revelan el invisible vínculo con el pasado de sus rincones. Oleaga pretende capturar la figura de la maestra a través de ella misma, de la casa —de lo que descubre con su mirada—, pero también de la ausencia y de lo que está fuera de campo, en el exterior de ese recinto reclusivo de límites opresivos.
El lenguaje y su importante conexión con la identidad no sólo individual sino también colectiva aparece recurrentemente. Desde la narración en off se escuchan los ejercicios de relaciones de palabras a la manera que haría una maestra del idioma con sus alumnos. Un idioma que siendo hispanohablante hace que se escapen absolutamente matices imposibles de explicar y perdidos en la traducción de una obra enteramente rodada en euskera. El naturalismo de la descripción visual de los espacios fragmentados lleva a lo fantasmagórico con la ambigua identificación de la propia directora con Elbira. El espacio negativo de la composición de los planos, la fractura del campo visual a través de las paredes y marcos de las puertas transmiten la ambivalencia de la presencia y de la ausencia hasta que Maider y Elbira se confunden. El compromiso formal es completo, nunca abandonando el interior de la casa que sirve como medio personal de descubrimiento, artefacto temporal que encierra la esencia de la figura sujeto de estudio y puente con la memoria histórica. ¿Qué había más allá de sus paredes durante el período de tiempo en que fue habitada por su anterior dueña y mientras realizaba sus clases a grupos de niños y adultos? ¿Qué sonidos se podían escuchar provenientes del exterior?
Las propias palabras de Elbira Zipitria marcan el paso y la estructura. La recreación del pasado deja paso a la memoria para acabar de confundirse en un único todo, una única creación global que describe la personalidad, el compromiso político y la creación de un espacio de libertad en el que se atesoran recuerdos compartidos. También llega la sublimación discursiva y formal de la película con unos planos tomados usando una cámara Super 8. La textura de la imagen y los colores que capturan este soporte fotoquímico contienen en esencia dos herramientas clave para la directora en su aproximación a este ensayo —la luz y el tiempo—, que trasladan automáticamente a otras épocas y permiten desentrañar nuevos matices en lugares ya conocidos. Desnudas de adornos las paredes, de muebles y otros tótems, Oleaga desprovee de símbolos accesorios para buscar en el vacío todo aquello que ha ido transformando durante el metraje con su punto de vista. La directora desaparece para llenar todo el espacio de la casa ahora transformado por dos ausencias. Elbira Zipitria será recordada.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.