A los 93 años de edad y tras una carrera de lo más iconoclasta, nos ha dejado el Rey del Cool del cine japonés de género, el único e inimitable Seijun Suzuki. Sin duda un cineasta que no dejó a nadie indiferente, pues a su inmensa legión de seguidores le oponía frente una idéntica multitud de detractores, hecho que refleja la enorme influencia que ejerció el peculiar estilo que ostentaba esta luminaria del cine oriental. En España la figura de Suzuki se hizo más o menos popular a principios de siglo, gracias fundamentalmente a la reivindicación de su cine por parte de Quentin Tarantino, fiel admirador del cineasta japonés. Asimismo muchos escritos tratan de justificar la influencia del cine de Suzuki en otros directores contemporáneos como por ejemplo Jim Jarmusch. Si bien en mi opinión la mejor forma de acercarse a su arte es desde el enfoque estrictamente personal. Las películas de Suzuki son de Suzuki, y de nadie más, siendo la posible influencia ejercida en otros algo meramente superficial, dado que resulta complicado encajar la grafía surrealista, excesiva y a ratos grotesca que el maestro impartía en sus obras sin ningún tipo de restricción ni mesura en otras miradas distintas a la suya propia.
Seijun Suzuki comenzó su carrera cinematográfica en los míticos estudios Nikkatsu allá por mediados de los años cincuenta. Una época difícil para el cine japonés. Y de cambios. La mirada pausada, introspectiva y sosegada inherente al cine de la vieja escuela empezaba a torcerse hacia otros menesteres influidos fundamentalmente por el cine occidental producido en Europa y en los EEUU (el noir americano en un principio junto a la aportación de Antonioni y a partir de los sesenta de la Nueva Ola Francesa tuvieron mucha culpa). La Nikkatsu trataba de ocupar el nicho de mercado que empezaba a formarse entre la gente joven que miraba a los EEUU con ojos de curiosidad y asimilación, sumidos en esa esquizofrenia que trajo consigo la derrota del Emperador en la II Guerra Mundial. Especializada en cine de género de acción, ‹yakuzas› y también en cintas poseedoras de un incipiente erotismo —lo que posteriormente se denominó Roman Porno—, la compañía de la K confió su éxito a una nueva generación de directores que contaban más con la ilusión que con el conocimiento para afrontar sus producciones. Entre ellos estaba Seijun Suzuki, sin duda uno de sus miembros más avispados y por ello rebeldes. Como Seitaro Suzuki —su nombre de nacimiento—, éste debutó en la dirección en 1956 con la desconocida Minato no kanpai: Shôri o waga te ni.
Estas películas se caracterizaban por dos puntos. La escasez de medios económicos y el draconiano programa de producción que instaba a poner en circulación la película cuanto antes para lanzarla a los teatros comerciales. Puro cine de serie B. Así, durante estos años el ínclito Seitaro Suzuki se enganchó a un ritmo de trabajo que suponía sacar a la luz una media de tres o cuatro películas por año. E hizo de todo. Dramas auspiciados bajo el paraguas del cine de ‹yakuzas› al estilo Kurosawa como El pueblo de Satán, melodramas criminales como The Naked Woman and the Gun o cine negro como Ocho horas de terror. Pero las singulares producciones de Suzuki contaban con un elemento distintivo que no gustaba para nada a los magnates del estudio. La inyección de brotes de comedia surrealista y desquiciada que en un principio para nada parecía casar con las intenciones de erigir un proyecto serio y respetable. Así por ejemplo cintas como la mencionada Ocho horas de terror o la exitosa Senos jóvenes (primer gran éxito de taquilla de Suzuki) contenían esa incipiente deformación de los cánones clásicos inherentes al cine de género occidental.
Así en 1958 Suzuki empezó a destacar como uno de esos jóvenes que pusieron patas arriba el séptimo arte japonés con obras como La bella del submundo o La edad desnuda. Fueron los años de arranque de nombres como Imamura, Shinoda, Yoshida, Masumura u Ōshima. Algunos conectan el nombre de Suzuki con la nueva ola. Pero yo no puedo estar más en desacuerdo. Puesto que Suzuki fue un espíritu libre que hizo lo que le vino en gana en contra de modas y de opiniones de sus superiores que fueron incapaces de domesticar a un alma libre de ataduras y peloteos varios, prefiriendo escupir a la cara de quien le daba de comer.
En este sentido durante los primeros años sesenta, Suzuki comenzó a amasar su personalísimo estilo dentro del cine de género. Especializado en cine de acción, si bien con alguna rareza como el western The man with a Shotgun, sus películas se distinguían por ese tono pop totalmente pasado de rosca y extravagante que devenía en una especie de parodia tintada con un tono de comedia realmente loco. Así películas como Apunten al camión de policía rompían con los patrones de género para ahondar en una estética rompedora e impostada que sin duda denotaba las ganas de ir a su bola que ostentaba el bueno de Suzuki.
Con un ritmo de producción asfixiante, llegamos al año 1963. Año importante. No solo por lo prolífico, contando con 4 películas firmadas por Suzuki, sino por la unión del estrafalario artista con el icono de mofletes hinchados y actor estrella del estudio Jo Shishido. Así la surrealista Detective Bureau 2-3: Go to Hell Bastards, una comedia de acción realmente esperpéntica, y la mítica La juventud de la bestia —esta ya sí una de las primeras obras de relevancia internacional del bueno de Suzuki dotada de un tono mucho más negro y prudente pero con trazos iconoclastas— fueron el punto de arranque que permitió aunar a una de las parejas míticas del cine japonés de ‹yakuzas›.
De entre las tres películas que dirigió al año siguiente, destacó sobremanera La puerta de la carne, quizás junto a Branded to Kill, la película más emblemática de Suzuki. Partiendo de ese tono surrealista, amorfo y recargado, el maestro se atrevió a desarrollar una historia muy sucia y demoledora sita en los ambientes de un Japón destrozado tanto moralmente como económicamente por los efectos de la derrota de la guerra, convirtiéndose en un retrato de los bajos fondos cruel y terriblemente fatalista. La crueldad de la guerra se mimetizaba con las ansias sádicas presentes en esos prostíbulos capitalistas que servían de paraíso para los miembros de las tropas ocupantes estadounidenses que violaban a cambio de dinero la dignidad de mujeres y proxenetas de ojos rasgados. Toda una metáfora de esa sumisión al enemigo que estaba aconteciendo en el Japón de los sesenta. La película, con protagonismo de Shishido, contenía alguna escena subida de tono bastante retorcida, pero filmada con un estilo muy elegante, resultando todo un escándalo en la época.
El siguiente ejercicio Suzuki dio de nuevo en el clavo con dos películas. La clásica Historia de una prostituta, personalmente la cinta que más me gusta de su filmografía no solo por su tono contenido, de envoltura muy clásica, sino por la sublime combinación de elementos vanguardistas con un hilo que respira buen hacer narrativo. Sí, una película que huyó en cierto sentido de ese estilo Suzuki, rodada como los ángeles por un maestro que adoptó la mirada de los viejos samuráis del cine japonés, retratando una historia fatalista y conmovedora alrededor de esa maldición que persigue y castiga a las mujeres que habitan el país del sol naciente. Igualmente con La vida de un hombre tatuado daría un paso adelante que refrendaba la tendencia del sensei a deformar los iconos del arte clásico, moldeando una película de acción casi sin acción, concentrada ésta en su espectacular último sector, pintando por contra un retrato desolador, caustico y muy heterodoxo de esos asesinos a sueldo en nómina de los clanes del crimen japonés rompiendo los esquemas a través de una fotografía recargada, profusa y exuberante con claras pretensiones de hipnotizar a través de los sentidos al espectador.
Pasamos a 1966 con otras dos cintas destacadas. Un delirio solo apto para admiradores del maestro como Fighting Elegy a la que se unió otra de sus películas de cabecera: El vagabundo de Tokio. Otra película de acción que no contaba con la acción como su componente principal. De tintes “buñuelescos” y desgarradores, Suzuki volvía a incidir sobre los contornos humanos y tortuosos presentes en la existencia de los ‹yakuza›, hilando una perversa historia de amores marcados por el estigma de la perdición y la muerte. No hace falta reseñar que visualmente ambas obras siguieron los dictados de pomposidad pulp marca de la casa.
Y llegamos así a 1967. Anno domini. Llegamos a Branded to kill. Un referente de estilo ‹cool›. La película que convirtió a Joe Shishido en el Steve McQueen japonés. Quizás una de las películas más influyentes desde el punto de vista visual del cine de género mundial. Una obra surrealista, complicada, fanfarrona.. y por tanto adelantada a su época. Una cinta inclasificable, complicada de digerir, únicamente gozosa desde un total compromiso sin fisuras con su autor. Sincopada, deforme, juguetona con el espacio y con el tiempo, terriblemente bella en cuanto a su disfraz formal. Una locura. Tanto que fue el punto culminante que provocó el despido de Suzuki de unos estudios Nikkatsu que pusieron punto y final a lo que ellos consideraban una tomadura de pelo por parte del maestro. Éste ya estaba en el punto de mira de la productora por su afán provocador no sujeto a normas ni convencionalismos, siendo Branded to kill la gota que colmó el vaso de la paciencia de los jefes de producción. Quien les iba a decir a estas mentes pensantes que la cinta inductora del destierro cinematográfico de Suzuki, que duraría una década, se convertiría en un icono de culto mundial…
Diez años después de su despido, Suzuki retornaría al cine con una película extraña y algo fallida, Story of Sorrow and Sadness. Los tiempos habían cambiado. El cine japonés también. De la generación originaria de la nueva ola muy pocos seguían al pie del cañón, quizás los mejores parados fueron Shinoda y Shindô. La gente no estaba dispuesta a aceptar lo divergente. Las ganas de cambiar el mundo se desvanecieron. Y un rebelde como Suzuki no encontró acomodo en un ambiente cinematográfico que ya no era el suyo. Así, durante los años ochenta y noventa, la presencia de Suzuki en el mundillo artístico japonés fue meramente testimonial, destacando eso sí alguna aportación interesante como la inclasificable Zigeunerweisen junto a su pareja Kageroza.
Eso sí. Los ochenta y noventa se convertirían en años de reconocimiento internacional. De reivindicaciones varias (Tarantino, Kitano, Robert Rodríguez, etc.). De rescate de sus películas emblema en casi todas las filmotecas relevantes a nivel internacional. Y de homenaje de su figura como uno de los autores más peculiares, influyentes y transgresores de la historia del cine. Todo ello aunado en su testamento cinematográfico filmado en 2005: Princess Raccoon. Una cinta multi-género, más joven que cualquiera de las películas ideadas por bisoños aprendices de cine con ganas de comerse el mundo. Una cinta propia de un outsider que jamás se ató a ninguna ligadura. Un tipo que guste más o menos, ha dejado una marca profunda en las nuevas generaciones de realizadores cinematográficos. Se echará de menos su figura. Siempre nos quedará su legado.
Sayonara Suzuki san.
Todo modo de amor al cine.