El comienzo de Muchos pedazos de algo, primer largometraje del cacereño David Yáñez (que ya ha dirigido varios cortos y prepara su segundo largo, Side-B) muestra fragmentos de diversas manifestaciones que han tenido lugar en todo este período de crisis (o post-crisis, término que los menos perjudicados por la misma ya empiezan a utilizar) y que han implicado a un segmento de población en particular: los jóvenes. Siempre ha sido interesante para los cineastas tratar el tema de la juventud, tanto por las claras virtudes que ella desprende como también por ser una época de muchos debates morales en el seno de cada individuo. “¿Qué quiero hacer con mi vida?” es lo que parecen plantearse dos tipos como Alejandro y Teo, que en las primeras escenas de la cinta aparecen contemplando un entrenamiento de rugby femenino mientras charlan sobre el desgraciado panorama laboral y los líos románticos que ambos atesoran a sus espaldas.
Pocas películas hacen tanto honor a su título como esta Muchos pedazos de algo, ya que efectivamente sus 104 minutos de metraje se componen de pequeños retazos sobre cuestiones que atañen a la juventud de hoy en día. Pedacitos en forma de desempleo, falta de identidad, emigración, sexo… Una amalgama de temas que acompasan al núcleo central de su trama: la celebración del festival de música Pirineo Sur en tierras de Aragón, donde se desarrolla buena parte de la acción. Allí acuden los seis protagonistas de esta historia, tres chicos (los mencionados Alejandro y Teo con su amigo Luis) y tres chicas (Sofía, Natalia y la menor de edad Patricia) cuya relación presente se encuentra empañada por un tenso pasado y, sobre todo, por un nada cristalino futuro. Como reza el lema de la obra, es “una película sobre ser joven y estar jodido”.
Varias circunstancias convierten a la ópera prima de Yáñez en una película a tener en cuenta. La apuesta de utilizar una ambiciosa fotografía en blanco y negro añade un curioso efecto indie a una cinta cuya bisoñez y presupuesto ya hacían plausible tal adjetivo. Aunque más sorprendente es comprobar cómo los protagonistas rompen la cuarta pared constantemente, al contarle al espectador lo que ha pasado por su cabeza en la escena anterior. Un recurso que casa muy bien con el espíritu de la cinta en alguna ocasión, pero que en otras podría haberse llegado a evitar por no contar nada que el propio espectador no se imaginase de antemano. Por último, el tercer aspecto formal que define a Muchos pedazos de algo es su apabullante banda sonora, con una deliciosa selección musical que no sólo da cuenta del buen gusto del cineasta en este ámbito, sino que acompaña perfectamente a lo que se ve en pantalla, ya que la mayoría de los temas suenan en directo con la música del festival.
El reparto cumple con su cometido en general, con un par de actores a los que se les nota la falta de rodaje pero cuyo plantel protagonista se desenvuelve con mayor gracia de la que su currículum podría parecer indicar. Sin embargo, en varios momentos muchos de sus personajes dan la sensación de estar algo dibujados, sucumbiendo en parte a ese caos de amoríos que, si bien es un rasgo definitorio de la edad, en esta película no acaba de dar el brochazo final al cuadro que tan bien se había compuesto desde el inicio.
En cualquier caso, Muchos pedazos de algo acaba por definirse como una película agradable dentro de los aspectos agrios que trata, ya que es difícil no acabar con una sonrisa después de su visionado. Dejando de lado ciertos aspectos mejorables, sobre todo en la construcción de una narrativa que debería haber sido más contundente con el paso de los minutos, lo cierto es que la obra de David Yáñez denota mucha pasión por el cine, por la música y, principalmente, por una etapa de la vida decisiva para cualquier ser humano y que el artista siempre trata de reflejar en su trabajo. Hábil en su planteamiento, entretenida en su ejecución, acertada como retrato de una época, Muchos pedazos de algo se convierte en una cinta bastante disfrutable por esa misma juventud que describe a lo largo de su metraje.