‹Big Big Dreams› reza un cartel que aparece en el último plano de Most Beautiful Island. Un texto tan irónico como el propio título de la película y con el mismo filo o incluso más: porque si bien el periplo narrado por Ana Asensio —basado, además, en una vivencia personal— redefine de nuevo ese concepto de ‹American Dream› ante el que tantas veces nos hemos topado, entrega una doble lectura donde el «gran sueño» llega —en cierto modo— a buen cauce —por la consecución del film en sí—. Y si en ello hay algo (aún) más irónico que la propia lectura establecida por la aquí debutante, es el hecho de constatar como talentos patrios arraigados al cine de género siguen emigrando para firmar sus óperas primas en el extranjero y terminar triunfando: si primero fue Carlos Torras con la turbadora Callback —que, aún poseyendo una parte de producción española, fue apadrinada y producida (como la que nos ocupa) por Larry Fessenden, además de rodada en Estados Unidos— el que se llevaba sorprendentemente la Biznaga de Oro en Málaga, este año le ha tocado a una Ana Asensio que obtuvo el máximo galardón de uno de los festivales en alza en EEUU, el SXSW.
Que en ambos films encontremos a dos personajes intentando encauzar su vida (tanto personal como laboral) al otro lado del charco, no parece pues casual en vista de las oportunidades que se le suele brindar en este país en ocasiones al cine de género —o incluso al talento en general, pudiera decirse—, y es en ese marco donde tanto Larry —el protagonista de Callback— como Luciana —interpretada por Ana Asensio en esta Most Beautiful Island— se topan con el más crudo de los panoramas que se traduce mediante la perspectiva de la cineasta madrileña en una asfixiante realidad.
No obstante, y si bien hay conexiones temáticas —y en cierto modo estilísticas—, Most Beautiful Island busca su impronta forjando un ambiente opresivo a través de sus rasgos formales centrales —especialmente concentrados en esa incesante búsqueda de planos cerrados no estáticos, y en esa fotografía granulada deudora del cine independiente más reciente—; y no lo hace sólo cuando alude a sus vertiente más genérica, también en un marco tangible —hasta en algún instante casual—, ese en el que Luciana vive una insostenible realidad en la que no obtener estabilidad laboral repercute en un ámbito emocional que siempre se nos muestra desde un prisma incómodo.
Ana Asensio transita un terreno que parece conocer a la perfección, y que maneja y prepara para ir sumiendo al espectador en ese estado vivido por la protagonista, un estado que se encontrará inducido en una verdadera pesadilla cuando descubra que ese citado ‹American Dream› no es más que el despojo de un país que algún día —sin saber cuándo ni cómo— tocó fondo en el extrarradio desconocido del que pocos hablan pero que no deja de ser parte de la “otra” América.
Así, y conociendo el incierto destino que afrontará la protagonista, la cuestión ya no está el marco o el hecho en sí, pues la debutante logra conducir su trabajo al terreno convenido. Ese en el que, ante una premisa ciertamente humilde y tan sencilla como —a priori, y de no ser por unos fundamentos sólidos— apocada al fracaso, consigue imponer un carácter firme: el manejo realizado tanto del tempo como de una tensión escueta y minimizada —como sucede con el resto de elementos, de índole formal y estructural, del film— se consolidan como factores clave para transformar una simple idea —casi anecdótica— en un ejercicio tan modesto como apreciable que pone sobre el mapa otro nombre cuya pista no habrá que perder en años venideros.
Larga vida a la nueva carne.