Morvern llega a casa y descubre en el suelo el cadáver de su novio, que se ha suicidado cortándose las venas. ¿Cómo reaccionará ante tan devastadora noticia? El común de los mortales respondería que con llantos, algún grito ahogado, nervios, desesperación, además de una probable llamada de auxilio a vecinos, familiares o policía, todo ello sin ser verdaderamente conscientes de lo que ha sucedido. Sin embargo, Morvern afronta la situación de una manera mucho más pausada, a medio camino entre lo romántico y lo estremecedor: se recuesta junto a su fallecido novio, abrazándole y tocando sus manos. No alerta del fallecimiento, solo quiere salir de fiesta con su amiga Lanna y olvidar las penas.
Estos cinco minutos iniciales le bastan a Lynne Ramsay para definirnos cómo es su protagonista, una Morvern Callar que también da título a la que fue la segunda película de la escocesa tras las cámaras. En Morvern Callar (El viaje de Morvern) seguimos los pasos de esta mujer de carácter frío y vida humilde a la que ni su entorno ni las circunstancias que puedan acaecer cambiarán sus perspectivas de futuro. Por eso, en cuanto descubre la tarjeta de crédito y la recién finalizada novela de su novio, tiene claros los siguientes pasos a seguir: disfrutar de unas animadas vacaciones en España y recaudar un montante de dinero que hasta entonces ni había soñado con ostentar.
Cualquiera que haya visto con anterioridad alguno de los trabajos de Ramsay, ya adivinará que un argumento así es el campo de batalla ideal de la directora británica. En Morvern Callar, como ya sucedía con la familia de Tenemos que hablar de Kevin o el protagonista de En realidad, nunca estuviste aquí, nos encontramos con un modelo de personaje nada prototípico que piensa y actúa de forma todavía menos previsible en un incómodo escenario. La muerte, la precariedad y un cierto aire a chabacano se presentan en el film desde el punto de partida inicial, sin que nadie parezca tener claro cómo la protagonista puede salir de cada situación que se le plantea. En este sentido, el carácter de Morvern se contrapone con claridad al de su amiga Lanna, cuyo carácter sí que refleja unas motivaciones que el espectador puede captar e identificarse con mucha más claridad. Estas dos figuras, interpretadas con oficio por Samantha Morton y Kathleen McDermott respectivamente, son además las únicas de relevancia en la película, calcando otra de las habituales características del cine de Lynne Ramsay como es el poco metraje que se le otorga a los secundarios.
Queda patente durante la aproximada hora y media de Morvern Callar que el respeto de Ramsay por el trabajo que ella misma ha realizado (partiendo de la novela original de Alan Walker) no varía un ápice. Pese a que el film está exento de grandes momentos, no hay pocos detalles en los que se aprecia el cuidado con el que está elaborada Morvern Callar. Por citar un ejemplo que nos es cercano, en el retrato que se hace de España se mantienen varios de los tópicos como la playa, los toros o las procesiones religiosas, pero los tres alcanzan su motivo propio en la película y no están manipulados por la cineasta con un objetivo, sino que es la propia realidad la que dirige al espectador en un sentido u otro (como en la escena del maltrato al toro). La variedad de planos, los acompasados movimientos de cámara y el natural estilo que refleja la fotografía de la cinta asisten con plena eficacia a este desarrollo argumental. Una línea visual que se asemeja a la de su homóloga y contemporánea Andrea Arnold, incluso al Mike Leigh de los 90, aunque todos ellos y especialmente la propia Ramsay evolucionarían su estilo en obras posteriores. En el caso de la escocesa, esta evolución la ha realizado de un modo notable como así atestiguan sus dos obras posteriores, espaciadas en el tiempo (demasiado para lo que nos gustaría) y rebosantes de calidad.