Es bueno apuntar que desde el momento en el que la sociedad hizo uso de la religión, hay que preguntarse si realmente es Dios quien crea a los hombres, o es el hombre quien decide cómo debe ser un Dios. Es un planteamiento muy interesante que, sin embargo, André Øvredal pregunta sin querer aportar su visión sobre el tema, llevando su última película, Mortal, por lugares conocidos de la ciencia-ficción y las heroicidades incontrolables.
Ya sabemos que Øvredal es un fanático de los mitos y leyendas, tal vez sea una ventaja nacer en uno de esos lugares tocados por la mano de la mitología nórdica, tierra de epicidades y misterios fríos y desgarradores que han influido gratamente a toda su filmografía, con resultados totalmente dispares, según pensara en cazadores de monstruos (Troll Hunter), mujeres malditas en una mesa de disección (La autopsia de Jane Doe) o libros demoníacos que hacen realidad las pesadillas de los más jóvenes (Historias de miedo para contar en la oscuridad). Aunque tiene una personal forma de presentar los hechos en cada una de ellas, es cierto que ha elegido para sus películas formas de relatar lo ocurrido adaptadas a la magnitud de lo narrado y al público al que iba dirigido, sin perder de vista el espíritu aventurero.
Ahora ha vuelto a Noruega con Mortal y lo ha querido hacer con rabia, fuego y espectáculo.
Pasamos de lo meramente espiritual, donde recorremos los frondosos y oscuros bosques noruegos con un hombre herido moviéndose de una forma primitiva, al conflicto con tintes de fantástico que propone una historia de superhéroes reconociendo sus extrañas habilidades demasiado poderosas para poder controlar. No pierde el director el tiempo en el porqué, sigue las normas de todas estas películas de gente ajena a la sociedad que no se sienten como un Superman capaz de salvar al mundo cuando no comprenden si van a ser capaces de salvarse a sí mismos y a los que les rodean.
A partir de aquí es cierto que Øvredal se ciñe a los cánones de película para adolescentes americana, sin olvidar en todo momento marcar su estilo con algunos planos elaborados —especialmente agradable ese interés por los objetos, haciendo que la cámara los recorra aunque no tengan aparentemente ninguna importancia para la trama—, más impactantes incluso que cualquier efecto especial desaforado a consonancia con la atracción por la electricidad y el fuego del joven protagonista.
Puede que la historia de amor acabe siendo un prototipo necesario para este tipo de historias —el corazoncito de cualquier salvaje—, pero queda totalmente impostado, ya que en algún momento el guion funciona a modo de piloto automático que conoce los elementos básicos del fantástico y cine de antihéroes y los va fusionando con la línea principal para contentar a una mayoría. Es incluso una especie de chiste privado la forma en que se utilizan a las autoridades norteamericanas siempre presentes para controlar la situación en estos temas. Cuando aparece la palabra “deidad” en referencia a la mitología nórdica que tan bien encaja con la historia, consigue despertar nuestro interés, pero igualmente se queda en terreno conocido y lo que en realidad sería una apuesta por reenfocar el género, nos lleva de nuevo a la felicidad de la mayoría: la ausencia de riesgo.
El planteamiento de la última escena es lo más brutal de la película, una apuesta por el caos (anunciado) que nos invita a pedir más, una hábil maniobra en busca de falsas segundas partes, pero, por ponernos exigentes, no hubiese estado de más que esa visión que claramente flotaba en el ambiente hubiese sido parte central de la película y no un mero apunte a pie de página. André Øvredal lo ha confirmado una vez más, sabe hacer cine de entretenimiento con una visión propia, pero en esta ocasión, pese a lo espectacular que se torna a veces, le ha faltado salirse de la línea de acción predeterminada.
Mortal tiene mucho de los hombres y sus gestos buscando notoriedad, también de aquellos que desearían desaparecer y de los dispuestos a ser parte de los buenos a cualquier precio. Tiene mucho de orden establecido y la búsqueda del Grial que nos explique nuestra existencia. Tiene debilidad y tiene intriga. Tiene tanto que devora el contenido y decide coger lo que son ahora las películas de superhéroes norteamericanas y trasladarla, con todo lo que ello conlleva, en medio de la nada noruega, ‹like a god in the woods›.