La noche, iluminada por la ciudad y un tumultuoso fuego de fondo, inicia el nuevo film de Hirokazu Koreeda. Lo presenciamos desde la terraza de una familia, uno de esos lugares comunes para el director nipón. La luz más cegadora, una que sobreviene tras una huracanada predisposición de los hechos, termina Monstuo, con regusto pesado y fulminante pese a que la sutileza desea acompañar ese brillo.
Todos hemos pensado, de un modo u otro, en la personalidad de cada uno de los relatos que conforman la siempre respetada Rashomon de Akira Kurosawa tras ver Monstruo. Aunque el verdadero narrador sea la cámara, Koreeda decide dar rienda suelta a una observación personal y sesgada de cada uno de sus protagonistas, permitiendo que el control de nuestro propio juicio quede invalidado ante cada nueva exposición de los hechos. Digamos que el prejuicio es, en parte, ese monstruo que lidera la película a partir de la elaboración detallada de un interesante puzzle que nos llega con piezas que no terminan de encajar, algo que no es tan grave si pensamos en la imposibilidad de conseguir una visión conjunta de un mismo hecho, cuando los matices de nuestra percepción son tan reivindicables.
Monstuo está plagado de temas rabiosos, dolorosos y actuales que no necesariamente sobresalen por encima de la forma que toma el relato. Los abusos son ensordecedores, y sobreviven en muchos estados, ya sean mentales, sociales, institucionales o incluso delictivos; todos ellos comparten el tiempo en el que suceden los hechos, y no todos obtienen una respuesta acertada.
Una madre viuda, un profesor novato y un niño confuso, estos son unos personajes en cierto modo amables que se convierten en manos del director en narradores de perspectiva única. Sus historias se van entrelazando en momentos inconexos de cada uno de sus relatos personales que, aunque formen parte de una misma situación, van aportando una singular visión de los hechos, que en parte funciona a través de la opinión personalizada y en parte como juego que crea la tensión y el drama ante las decisiones de montaje. Es así como vamos tejiendo y a la vez enredando el discurso colectivo, empapándonos de una realidad asombrosa, por lo afilada y a la vez cotidiana forma que va tomando.
La imperfección de cada uno se convierte en una realidad actual que habla más de juicios apresurados y el olvido intransigente de la sociedad sin esperar a una resolución. Es como ver un programa de crónica social en televisión, donde se expone la gran ofensa pero en pocas horas deja de ser noticiable, por lo que conocemos un veredicto tramposo, el que no siempre viene contrastado, y que pasado un tiempo puede tener una clarísima explicación que difiere completamente de lo compartido en un inicio, algo que ya no llega al público por desinterés, por no perder “credibilidad”.
No podemos olvidar que es a los niños a quien pone en el ojo del huracán Monstruo. Lo hace permitiendo que sean los adultos quienes opinen primero, una forma de no querer caer en conclusiones anticipadas pese al ruido externo, traspasando los límites de esa concordia social que siempre irradia la comunidad japonesa, hasta permitir que se extrapolen los problemas de los adultos hacia los personajes más jóvenes, una herencia angustiosa conservada entre prejuicios.
Aunque en apariencia todo conviva como una ruptura de la rutina, una pequeña molestia que va creciendo hasta trasladarnos el horror, consigue mantenernos alerta por ese constante amago de fatalidad, ese interés por terminar cada uno de los relatos en algún tipo de abismo que nos deja secos y pensando en un posible final para los personajes. Así, sin más información que la que obtenemos de nuestros propios juicios anticipados, nos invita a participar en el shock colectivo, en la culpa por creer previsible una historia que tal vez no lo sea tanto. Hirokazu Koreeda convierte un relato concreto y concienciado en un magnífico ejercicio interpretativo donde, sin salirse de un comprometido tono dramático, nos lleva por terrenos más que resbaladizos. De la oscuridad a la luz nos encontramos ante un experimento mortífero de auto-engaño impreciso y al mismo tiempo cercano.
Como siempre Koreeda llevándonos por caminos difíciles, resbaladizos, como bien apuntas. Tengo muchas ganas de verla.😊