Claire Denis estrenaba allá por el 1999 una película más física que humana, más sensorial que conceptual, con el sonido envolvente y la piel de los legionarios franceses como paisaje brutal en medio de un desierto de la costa de Djibouti. Beau Travail fue y es una de esas películas clave en el cine contemporáneo que se basa en la materialidad de los cuerpos y la vibración que los lleva a imponerse sobre el espíritu, postulando nuevas vertientes de la condición humana. La película de Alejandro Landes, Monos, es un experimento que adopta la premisa de Denis, imitando algunos de sus motivos y mezclándolos con otros temas para acabar demostrando que el artificio lleva a decir poco o nada en el cine moderno y que, al contrario de lo que consigue Beau travail, redunda en el cuerpo y el salvajismo primario para terminar por repetirse hasta parecer convencional.
Unos adolescentes guerrilleros, comandados por un instructor enano que recuerda demasiado al Galoup de Denis, se pasan la vida en un terreno retirado, practicando la lucha cuerpo a cuerpo, divirtiéndose cuando su superior no está y pegando tiros al aire. Toda esta futilidad, obviamente buscada, descansa en la única labor de vigilar a la doctora Sara Watson, una americana que tienen como rehén. Conforme la película avanza, uno se da cuenta de que el círculo va a repetirse de manera exasperante, haciendo hincapié en las tonalidades artificiosas de los paisajes, la conducta tribal de los chavales y el sonido como motor principal de la acción. De entre los estallidos y los aullidos al viento, el personaje de Rambo, interpretado por Sofía Buenaventura, de belleza andrógina y con la que se establece un juego de identidades sexuales bastante interesante, va a convertirse en la oveja negra de la pandilla de energúmenos, mostrándose pasivamente en contra del líder escogido por el instructor en su ausencia: Patagrande. Tras un suceso accidental, la banda se verá abocada al exilio en la selva, donde continuarán los bailes estridentes y la tarea de vigilar a la rehén, amén de nuevos horizontes visuales que explotar —literalmente—.
En la selva, las tornas cambian y, dando una nueva visión de El señor de las moscas, la ley del más fuerte imperará hasta que, obviamente, todo se desmadre. La construcción de la atmósfera por parte de Landes y el montaje, entre visceral y manido, darán cuenta de una vacuidad total en el texto del film. Pero no es necesario un fondo, cuando la forma parece tan atractiva para los modernos tiempos que corren ¿verdad? La falta de discurso, de posicionamiento e incluso de sentido, son las bazas que hacen a la película digna, al menos, de ser tenida en cuenta como experimento —fallido, pero fuera de lo común— y que la acercan mínimamente a los últimos trabajos de Reygadas o Carax. La propuesta pseudo-desquiciada evoca al Aguirre, la cólera de Dios de Herzog por sus giros en torno a un agujero negro —verde en ambos casos: la selva— en el que los personajes se pierden para terminar totalmente aislados tanto de su humanidad como de la realidad de su empresa. No hay que olvidar que los protagonistas son unos críos que se sitúan en la delgada línea entre la madurez y la niñez, dando rienda suelta a un aluvión de sentimientos y dudas en lo respectivo a sí mismos y a lo que hacen en sus vidas. Perfectas máquinas de engendrar violencia que sin un líder se dispersan entregándose al vicio más banal y a la vacuidad del exceso. Exceso que, por otra parte, suscribe a la perfección la cámara pendulante de Landes, quién no se corta un ápice en filmar los recovecos más abyectos y deleznables del comportamiento de los Monos.
Se ha comparado el film con Apocalypse Now de Coppola y cada vez tengo más claro que se ha hecho para engrandecerla y “venderla” bien y no por la incapacidad de ver más allá de los espacios en los que se filma. Podríamos hacer la comparativa con una lista muy larga de películas que sitúan la acción en una jungla y un río… Nada más lejos, me parece más acertado establecer una relación entre algunos tramos y el Apocalypto de Mel Gibson, pero lo más probable es que se trate de otro de los “homenajes” del director. Sea como fuere, Monos se presenta como un producto más en los agitados tiempos que corren, con mucho ruido y pocas nueces, sin pretender otra cosa que la excitación pasajera.