No suele ser fácil redefinir esos espacios de seguridad que algunos cineastas han construido en torno a un género y que bien podrían comprenderse como una fórmula, no sabemos si del éxito o no, pero sin lugar a dudas funcional y atorada entre una serie de ingredientes que le dan vuelo apropiado. Ese podría ser el caso de la comedia romántica, cuyo avance se dirime a través de tics y constantes que (también) hay que saber manejar, y que no pocas veces terminan volviéndose en contra de productos concebidos para mayor gozo del consumidor. Es por ello que la aparición en el panorama de nombres como el de la cineasta que nos ocupa, Monia Chokri, sirve para algo más que dar un soplo de aire fresco a la materia en cuestión: asimismo, para hallar una autonomía que no depende precisamente de dichas constantes, y que descubre con facilidad un camino, más que distinto, trufado por la experiencia personal, pero desplegado alrededor de un formalismo que resignifica de alguna manera lo conocido para establecer reflexiones mucho más lúcidas, y al mismo tiempo presas de una comicidad que puede resultar abrasiva, incluso un tanto profusa, pero cuya funcionalidad queda fuera de toda duda, por no hablar acerca de cómo complementa el particular microcosmos de la realizadora canadiense.
Así, y si en Simple como Sylvain se estriba una discursiva afilada en torno a los lindes (si es que tal cosa es posible) existentes entre el amor y la pasión, el “simple” deseo, en su ópera prima, La femme de mon frère, nos topamos de nuevo con una cinta donde la influencia de los lazos afectivos vuelve a componer el peso central de la narración: en este caso, cuando Sophia, la protagonista, cuyo persistente y casi indispensable lazo con su hermano, Karim, se encuentre de bruces con la realidad, que no es otra que la relación que él entablará con Eloïse, la ginecóloga de la protagonista, que será aquello que le lleve a cuestionarse una mudanza (al no lograr plaza tras sacarse el doctorado), la realizada a casa de Karim, y de este modo una zona de confort que se irá quebrando paulatinamente; en primera instancia, por las reticencias de Sophia al no aceptar una suerte de ente disruptivo, que es en lo que se transformará la omnipresencia de Eloïse, y más adelante cuando intente contraponer su propia posición a un vínculo que a todas luces se antoja de lo más firme. Todo esto llevará a Sophia a comprender un nuevo trayecto que al principio se negará a aceptar, y a dar por sentado que debe forjar el suyo propio, encontrando a cada paso aquello que sus propias necesidades parecen demandar, que no es otra cosa que cierta estabilidad y, ante todo, la asunción de una nueva etapa que comienza y que, de un modo u otro, debe ir desligada de aquello que hasta entonces consideraba imprescindible, como lo era una relación totalmente dependiente pero correspondida.
Monia Chokri arma a través de esos fundamentos una comedia que primero transita entre lo familiar —a destacar esas incursiones en casa de los padres de Sophia y Karim, donde lucen algunos de los instantes más divertidos de la cinta—, más adelante encuentra acomodo en lo emocional —tanto por parte del ya citado nexo que establecerá Karim, como por la búsqueda que enlazará la propia protagonista—, y ya en su desenlace termina sacudiéndose todo aquello que parecían preceptos destinados a no romperse, para encontrar una madurez que dota a La femme de mon frère del equilibrio y coherencia adecuadas. El montaje vuelve a ser un reloj narrativo infalible desde el que compensar tanto el tono de la obra —en ese sentido, es notable el modo en cómo Chokri confronta momentos de muy distinto calado y temple, saliendo airosa—, como la consecución de un ‹timing› cómico que lleva el film de un punto a otro con una soltura inusitada. Todo ello aliñado por una composición que las veces otorga lucidez a la escena, y espoleado por una actriz, Anne-Elisabeth Bossém, que hace más fácil si cabe el cine de la canadiense, aportando un carácter que además de acompañar su faceta humorística dibuja con precisión los derroteros de un cine, a día de hoy, en pleno crecimiento, sobre el que habrá que seguir poniendo el ojo, ni que sea para continuar disfrutando de ese tan refrescante como un tanto cínico y áspero universo que su autora nos ofrece.
Larga vida a la nueva carne.