Neones, ropa cara y locales de moda frente a una existencia que, inicialmente, nos lleva a un modesto apartamento situado en mitad de una comunidad alejada de esa opulencia en la que parecen vivir rodeados los clientes de Fei; un contraste que bien podría ser fortuito o no buscado al reflejar la naturaleza de sus personajes y la deriva que pueden llegar a tomar sus pasos, pero que sin embargo se ve alimentado durante el resto de metraje de modo, esta vez sí, premeditado. Así, más allá del pueblo donde habita su familia, a la que visitará tras la muerte de su madre, que choca con un estilo de vida muy distinto ya establecido años más tarde en la gran urbe y rodeado de lujos que, paulatinamente, se han ido instaurando en su día a día, Moneyboys enfrenta también un concepto que sobrevuela todo el largometraje de forma inequívoca: el de la familia; y es que la perspectiva familiar es comprendida de formas muy distintas, y mientras Fei intenta ayudar a los suyos en lo económico, tanto su padre como su tío le reprochan aquello que consideran una forma de deshonrar a su estirpe al no buscar un compromiso que pueda dar continuidad al linaje familiar: algo que ni siquiera se plantea el protagonista, muy alejado del modo de vida e ideales tradicionalistas del pueblo donde residen, prácticamente contrapuesto a la mirada que se establece en la gran ciudad. Un hecho, este, puesto de manifiesto cuando un amigo suyo, Liang Long, le acompañe del pueblo a la metrópoli, y en un momento dado Fei le diga que el hecho de pertenecer al mismo lugar no significa que deba prevalecer esa amistad.
El arco dramático del personaje queda dibujado a raíz de una serie de circunstancias cuyas consecuencias se advierten ya desde el prólogo inicial: las decisiones tomadas por Fei describen un periplo cuyos escollos van más allá de poder subsistir y ayudar a su familia, trazando así una cierta mirada desasosegante al ayer, pues es precisamente ese pasado el que, de modo imperceptible, va abriendo una brecha en el modo de comunicarse y, en especial, de entender el presente del protagonista. En ese sentido, resultan ciertamente esclarecedoras algunas metáforas visuales que expresan la frustración de no poder avanzar, de quedarse estancado en un mismo punto, así como la reaparición de personajes cuyo peso en el relato parecía residual —incorporando, eso sí, determinados apuntes al mismo—, pero terminan concretando una sensación de extenuación e imposibilidad de continuar adelante —como ese reencuentro con Lulu y Xiangdong—. Además, el empleo de las elipsis —algo que se puede constatar ya desde su citado prólogo— dota al film de una certera intencionalidad que, además de conseguir aportar la homogeneidad adecuada a la narración, otorga significativos matices al periplo de Fei.
Moneyboys sorprende, pues, no sólo por el modo de emplear un lenguaje que su autor parece saber manejar a la perfección, también lo hace por su capacidad de dotar de distintas capas al relato sin que este no se resienta y disponga, además, ideas que lo complementan y enriquecen. El debut de C.B. Yi tras las cámaras va más allá del mero retrato de su personaje central, exponiendo temáticas de lo más interesantes que otorgan una mayor dimensionalidad a las cuestiones que pretende abordar el film. Como ese instante donde Fei viaja del pueblo a la ciudad, y se filtra una anécdota en forma de conversación entre el conductor y uno de los usuarios de la que se sustrae la importancia de la figura del descendiente dentro del concepto de la familia. En tal contexto, una escena sin aparente trascendencia, cobra un cariz de lo más expresivo con apenas unas líneas de diálogo. Una expresividad reforzada por las imágenes, donde destaca tanto el modo de emplear la paleta cromática —solo hay que echar un vistazo al contraste entre el hogar de Fei, de tonos azulados y generalmente fríos, con su pueblo o la habitación donde empieza viviendo Liang Long, de colores más cálidos, e incluso el modo en cómo destaca el colorido, casi agresivo, de locales de ocio o restaurantes por los que se mueve el protagonista— como la forma sutil de modular el plano —esa comida entre amigos ya entrando en el último tercio de film, donde con leves paneos va ocultando la figura de un Fei casi ausente—. Moneyboys se presenta así como una ópera prima madura, con aptitud expositiva y capacidad de articular un tono que describe el pesar con un trazo tan ligero, que casi se antoja una necesidad volver a ese (recurrente) pasado bajo las luces de un pub donde quedaron tiempos mejores.
Larga vida a la nueva carne.