Mona Lisa and the Blood Moon es un caso paradigmático de película que va de menos más. O quizás no sea tanto así si no más bien que se produce un fenómeno apriorístico por el cual la desconfianza hacia su directora, Ana Lily Amirpour, hace empezar su visionado con una ceja levantada, esperando cualquier extravagancia o desvarío que haga del enjuiciamiento previo una sentencia desfavorable sin matices. Algo de ello hay, para qué negarlo, en un arranque donde la directora del film hace un despliegue de lo que ella considera marca de autor y que, a nuestros ojos, nos parece un auténtico abuso de recurso de cámara que genera no pocas antipatías.
Por si fuera poco, hay algunas dudas con el tono y dirección hacia donde nos lleva la película. Algo hay que impugnar dado que realmente, aun sin ser nada excesivamente original ni espectacular, sabe conjugar lo fantástico con lo dramático dejando espacio para la comedia, incluso con acertadas pinceladas de humanidad y empatía que llevan a la película a niveles de divertimento amable y con una profundidad nada desdeñable.
Cierto es que hay muchas películas en esta Mona Lisa and the Blood Moon y muchas de ellas beben directamente de otros cineastas. Desde la picaresca y el retrato de la marginalidad del Sean Baker de Tangerine hasta una cierta melancolía de una bondad no evidente y romántica en pequeños detalles que nos traslada a los mundos del primer Wong Kar-Wai. Influencias que, a pesar de estar lejos de lo esperado en un film de la directora iraní, están muy bien insertadas y funcionan perfectamente dentro del engranaje global.
A destacar igualmente aspectos como la dirección de actores con un casting por otro lado excelente en su elección, o de la capacidad de generar gags con subtexto que, lejos de querer mostrarse como cargas inductoras de profundidad, aparecen como pequeñas pinceladas humorísticas que dejan bien a las claras temáticas de actualidad (por ejemplo el racismo) sin necesidad de grandes disertaciones y sin generar valles plomizos en cuanto al ritmo del film.
Nada desdeñable tampoco es su curiosa forma de reivindicar lo femenino a través de lo delictivo mostrando como la fortaleza de género no consiste tanto en la autoconsciencia de género sino más bien de clase. De cómo afrontar abusos sin miedo aunque sea traspasando los límites de la ley en actos de dudosa moralidad pero que tienen algo de afirmación del superviviente. En todo caso, y dejando a parte el lado feminista de la ecuación, hay que poner sobre el tapete el gran acierto en la gama de secundarios y, sobre todo, en la capacidad de subvertir los roles que aparentemente se les asigna.
Puede que Mona Lisa and the Blood Moon no sea un película redonda, ni tan siquiera memorable, pero desde luego no solo es divertida o amable, sino que su profundidad desde los márgenes consigue lo inesperado en un film de Ana Lily: que lejos de percibirse como una impostura vaya creciendo en el imaginario, pasando de aparente simpática nadería a película con una nada desdeñable solidez.