Maïwenn Le Besco presenta su cuarto largometraje, Mon Roi para el que cuenta con una pareja protagonista de lujo: Emmanuelle Bercot y Vincent Cassel, que dan vida a dos enamorados. La película narra el devenir de su relación desde el momento mismo que se conocen, en el que el amor ya nace viciado de un encuentro fortuito anterior. Mon Roi es una historia de pasión, de dimes y diretes amorosos, pero sobre todo un retrato auténtico de realidades humanas.
Maïwenn utiliza la pasión como nexo entre los dos amantes. Su amor traspasa la pantalla, pero sobre todo sus almas, que vuelan libres por los distintos escenarios, comenzando una historia de amor digna de cualquier folleto de vacaciones. Este idílico comienzo pronto da paso a una historia más real, más cercana, pero donde la pasión sigue presente en las miradas y en las expresiones de ambos, incluso en ese espíritu que imbuye todo el metraje, un espíritu vivo y vibrante. Y, como siempre que el amor pasional hace su entrada, no tarda en aparecer también el dramatismo pasional. Al igual que en la realidad, esta ficción refleja los problemas de pareja que, con ese ingrediente, los duplica. Las personalidades que en principio se fusionan, terminan por chocar, y sus enfrentamientos están a la misma temperatura de ebullición. Estos altibajos en la relación entre Tony y Vincent, quedan bien reflejados, no dando descanso a la mente del espectador, que quiere parar a verse reflejado, pero le es imposible.
Maïwenn presenta con Mon Roi un retrato fiel de esta pareja pasional, un tête-a-tête entre Bercot y Cassel, tanto a nivel interpretativo como el de sus personajes dentro de su particular historia, en la que se intercalan revelaciones esporádicas de la relación con el calvario del proceso de rehabilitación que Tony, tras un accidente de ski, tiene que pasar. Ambos relatos se presentan diametralmente opuestos, aunque anímicamente continuos. Cuando el sufrimiento hace entrada en uno, sale del otro, y viceversa, pero temporalmente es vivido por Tony como una montaña rusa sentimental, donde los altibajos juegan con su fuerza y destreza anímicas, un aspecto vital al que acude Maïwenn para reforzar la personalidad de su personaje, en su mayoría absorbido por el gran carisma de Vincent, su némesis amorosa y a la vez el amor de su vida. Vincent nos es presentado como un hombre explosivo, el detonante del color de la relación en cada momento crucial, incluso en esa tensa decisión del nombre de un hijo. Cassel además le da su tono particularmente cómico, y nos hace disfrutar de escenas dignas del propio Chaplin (salvando las distancias).
Mon Roi es un retrato perfectamente hilvanado, estrechamente ajustado a la realidad y tan cercanamente narrado que hasta asusta. La ficción nos acerca a una realidad pasional que pocos serán capaces de vivir, pero aquel que ha estado cerca podrá valorar, más allá de que, artísticamente hablando, no presente novedad alguna, quedando ligeramente lastrada por su extensa duración y su participación en la sección oficial de un festival de cine que muchos creen le queda grande.