Llegaba el momento de uno de esos formatos a los que no se suele prestar especial atención: el del cortometraje. Molins, como en anteriores ediciones, ha seguido apostando por cortos españoles y, aunque la originalidad o imaginación no ha sido una de las bases de este año, sí ha habido el suficiente talento como para sufragar ese minúsculo defecto si las cosas se saben hacer bien. No ha sido el caso, sin embargo, de los tres principales ganadores que sí han sobresalido por realizar —en cierto modo— lecturas de temas ya manidos o por proponer simplemente un trabajo de corte más dramático/psicológico, como sucede con La cruz, el gran vencedor de la noche. A continuación, os dejamos a los premiados (que, como curiosidad, dejaron la categoría a mejores FX vacía) y un pequeño resumen de lo que fue una noche de disparidad temática.
Primer premio especial del Jurado: Lot254 de Toby Meakins
Segundo premio especial del Jurado: La cruz de Alberto Evangelio
Mejor actor: Anthony Head por Ella
Mejores FX: –
Premio del público: La cruz de Alberto Evangelio
Repaso a la Sección Oficial
La sección se inicio con una simpática presentación antes de asistir al visionado del ganador de los semifinalistas, cuya suerte cayó en Bariku Light, de Asier Abio, un cortometraje al que bien se le podrían atribuir reminiscencias “cronenbergianas” aderezadas con ese gore francés de última generación tan de moda, si no fuese por su tono desinhibido y el delirio de una propuesta que, quizá, en su afán por resultar gamberra termina estirando en exceso una gracia que al final se termina resquebrajando.
Acto seguido, empezó la proyección de cortos finalistas y, siendo sinceros, no pudo hacerlo de peor modo con el Alistair de Aaron Cartwright en el que fue, probablemente, uno de los peores cortometrajes de la noche. No tanto por una idea que por manida que pueda resultar (dos asesinos entran en una casa para sembrar el terror y terminan ellos asustados) logra una conclusión realmente interesante, sino más bien por la incapacidad del australiano en el momento de generar cualquier tipo de tensión, pues desde cortes bruscos de cámara o efectos de lo más casposos para inducir el horror no sólo resultan inefectivos, sino que además terminan por sembrar un ridículo del que Alistair no puede deshacerse ni con ese final.
Poco tardó en llegar uno de los ganadores de la noche y, en efecto, uno de los mejores cortometrajes proyectados, pues el Lot254 de Toby Meakins, pese a partir de una idea desarrollada en multitud de ocasiones (de hecho, la volveríamos a ver desarrollada bajo otra premisa en el posterior Foto), juega en su favor con la baza del reencuentro con los miedos más viscerales de uno mismo y lo consigue haciendo gala de una factura realmente impecable y de una duración (tres escasos minutos) que se ajusta perfectamente a las posibilidades del producto.
A partir de ese momento, llegarían un par de historias tan previsibles como típicas, pero que encontraban en su realización el principal aliciente para sostenerse en pie. La primera de ellos, 5ª izquierda dirigido por Manuel Abrisqueta nos sumerge en uno de esos relatos al que, de buenas a primeras, ya se le intuye truco. No engaña, y resuelve con contundencia y ciertas dosis de tensión bien administrada uno de esos trabajos que quizá no vayan a tener un gran recorrido, pero bien merece la pena echarles un vistazo. Foto, de Ismael Ferrer, que era el siguiente, adolecía exactamente de un mal similar: ni es renovador además de que, como revela su título, se atañe a un elemento muy concurrido estos últimos años en el cine de terror, pero su temple narrativo y la simplicidad de un relato ensalzado por su buen hacer le dan el equilibrio perfecto para no convertirse en una mala parodia, cosa bastante frecuente cuando se empuña una temática tan manida.
Otro de los ganadores de la noche hacía su aparición en escena, y aunque La cruz de Evangelio Baptista no posea tanto talento para configurar situaciones de un horror más tangible en esta ocasión, sabe jugar volcando todas sus posibilidades en una historia de cicatrices internas con uno de esos desarrollos que pese a no sorprender demasiado, sí toman por lo menos un camino que la aleja de ciertos convencionalismos de género para inmiscuirnos en una historia más dramática de lo esperado y asaltarnos con un relato donde el amor de un padre, puede ser mortífero.
Acto seguido llegó Mamá de K. Prada y J. Prada del cual poco se puede decir más allá de la mera anécdota cuya duración no rebasa los 30 min., para dar paso a dos irregulares piezas españolas. La primera de ellas, La última víctima de Ángel Gómez con otra Gómez en el reparto, de nombre Macarena, arranca con un hombre que despierta en un lugar y cuya historia desconoce el espectador: en definitiva, nada nuevo y, aunque el cortometraje lo intente, esa sensación se mantiene hasta una conclusión donde se diluye en forma de bonito homenaje a uno de los grandes del cine patrio, cuyo nombre es mejor no revelar para disfrutar de una pieza que, en ese sentido, sí merece la pena ser vista. La segunda, Cálida cuna de Javier Beltrán, es uno de esos ejemplos de como intentar suplantar la falta de algo realmente interesante que contar por el mal gusto. Hecho que ya se ha instaurado en el cine francés y esa querida nueva ola de gore francés, pero que a servidor no le hace ni pizca de gracia, menos cuando se rebasan ciertas líneas para terminar uno donde empezó: en la más absoluta nada e indiferencia porque, para qué engañarnos, estas cosas ya no horrorizan a nadie que no esté sensibilizado con la temática (si se está, peor todavía).
El último bloque de cortos lo formaron tres sorpresas que daban fe de que no todo va a ser tirar de tópicos, y arrancaba con She’s Lost Control de Haritz Zubillaga, corto, como se habrán imaginado, de procedencia vasca pero rodado íntegramente en inglés para introducirnos en un relato donde un ‹psycho killer›, una acertadísima voz en off que remite al «neo-noir» más puro y un estilo visual impecable nos sumergían en una de esas experiencias que merece la pena vivir gracias a una propuesta, en cierto modo, arriesgada y que llega hasta las últimas consecuencias. Le seguiría Ella, de Dan Gitsham y protagonizada por Anthony Head que, a la postre, recibiría el premio al mejor actor. Los detalles nos sumergen pronto en una obra que con un solo plano es capaz de, acertadamente, introducirnos en el contexto de lo que será una extrañísima y (cuasi) macabra vuelta de tuerca al cuento de Caperucita roja que desvela una disgregación familiar realmente interesante y nos da la ocasión de asistir a unos emplazamientos que Gitsham consigue convertir en suyos para desarrollar una pieza que no tiene desperdicio alguno y daba paso a la conclusión de la sección, que terminaba con Hambre, un cortometraje que ya desvela sus intenciones en el propio título, pero aun así está resuelto con aplomo por Mario de la Torre y posee en la procedencia de su subgénero quizá las mayores virtudes, pese a habernos topado en los últimos años con obras de temática similar de las que de la Torre se desplaza hábilmente para componer uno de esos marcos de los que el espectador no quiere salir e incluso le gustaría conocer algo más.
En definitiva, una sección marcada por la monocromía pero con leves destellos que consiguieron alzar algunas de esas piezas que no merecen pasar desapercibidas y desde aquí reivindicamos como parte de un todo que no sólo se fundamenta en el largometraje y bien merece su oportunidad en un formato que, en ocasiones, puede dar muchas alegrías.
Larga vida a la nueva carne.