En Miss Osaka, película danesa dirigida por Daniel Dencik y estrenada en el Atlàntida Film Fest 2022 dentro de su sección Fábulas generacionales y sus realidades, estamos ante una interesante idea que toma como premisa argumental el papel de las mujeres en las relaciones de pareja heterosexuales, en base al trabajo de cada uno, la cantidad de tiempo libre y la conversación. Circunstancias que pueden limitar las personalidades de cada uno, o expandirlas, creando diferencias y divisiones emocionales más allá de la consciencia. O, en otras palabras, relaciones en las que al menos uno en la pareja no pinta gran cosa y se aburre mucho, incluso a pesar de parecer tenerlo todo.
En el caso de Miss Osaka, al inicio del metraje ya podemos ver que la protagonista, personificada por la actriz Victoria Carmen Sonne, básicamente ejerce de acompañante en los viajes de su pareja masculina, representada por el actor Mikkel Boe Følsgaard. Al menos hasta la aparición del personaje japonés (la actriz Nagisa Morimoto) que abre las puertas de otros mundos posibles para nuestra protagonista. Mientras la primera vive una vida anodina sin encontrarse a sí misma, carente de ilusión y llena de inseguridades, la segunda muestra una personalidad radiante en la que ella misma destaca poder ser cada día quien ella misma quiera. Entre ambas surge una rápida amistad que deriva en el robo de la identidad oriental por parte de la occidental. Ines, que así se llama el personaje interpretado por Victoria Carmen Sonne, decide viajar a Osaka y llevar la misma vida que hasta entonces llevaba su singular amiga, imitándola hasta el punto de vivir en su casa y empezar a trabajar en el mismo local nocturno en el que trabajaba hasta el robo de identidad.
Este es el punto de partida: ¿Quién serías si pudieses ser cualquiera? Una narración que para muchos recuerda visualmente a De Palma o Hitchcock, pero que en realidad está dentro de los estándares del cine europeo de la última década, a pesar de las luces de neón. Muchos paisajes, variedad de entornos y un punto de vista más bien aburguesado de los problemas que todo el mundo tiene. Sin embargo, sí que tiene un punto de interés más allá de la trama de la doble identidad con ligeras intrigas sobre desapariciones y demás. Es interesante ver cómo muestra a la mayoría de los hombres como pésimos conversadores de una forma muy creíble. En primer lugar, poniendo el foco en la pareja de Ines. Entre los dos no hay mucha química y sus conversaciones giran en torno a la puntualidad de los dos como pack o en lo que van a cenar esa noche. En el momento de la aparición de Maria, la chica japonesa, es el hombre quien toma la iniciativa del diálogo (al conocerla), pero ella pronto pierde el interés por la conversación que le propone, ganando en interés Ines, todavía callada.
Lo interesante, como decía, es cómo la propia película toma esta realidad y la traslada de Dinamarca a Japón. En el viaje, vemos que la conversación de la mayoría de los hombres sigue siendo extremadamente aburrida. Ya sea sobre sus intereses o hobbies en general, el trabajo, sus madres, la mujer que les aburre o no los quiere. De repente, allí todo es divertido, no porque los hombres lo sean, sino porque las mujeres con las que trabaja y ella misma se entretienen desarrollando sus conocimientos sobre dichos temas, exhibiendo reacciones perfectas para ellos y, en resumen, resultando atractivas para sus clientes. A pesar de la felicidad que nos muestra la película, la realidad parece un poco peor, porque ahora, en lugar de preguntarse quién es, finge ser todo lo que ellos necesitan que sea. Pero bueno, algunas películas viven de sus buenas elipsis y aquí todo sirve para ver a Ines feliz: ha aprendido a fingir entusiasmo, a parecer interesada por lo que les interesa a algunos clientes y hasta se enamora, quedando todo el filme en nada cuando el propio Daniel Dencik se da cuenta de que su película es un poco aburrida y no está yendo a ninguna parte. Como la vida misma.