Misericordia (Alain Guiraudie)

Pensando en las normas narrativas básicas, en las recomendaciones sobre planteamiento argumental y desarrollo, algunos de los primeros conceptos que nos vienen a la mente son los de inicio, nudo y desenlace como formas de dar con una trama interesante, una obra que atraiga al espectador, lector u oyente, y unos personajes que, desde su misterio y posterior descubrimiento, o desde la animadversión y la comprensión de sus acciones, genere interés.

Cuando uno piensa en buena parte del cine europeo de autor, de sus planteamientos, intereses, argumentos y personajes, seguro que todas estas recomendaciones narrativas forman parte de la mayoría. Misericordia, del director y guionista Alain Guiraudie —autor de El desconocido del lago y Un héroe anónimo—, no es una excepción, pero, como buena parte del cine europeo de autor, las líneas que separan o concentran cada parte del desarrollo argumental y cada desarrollo de los personajes varía según la impronta de dicho autor.

Misericordia, que no es una excepción, se podría decir que va un poco a calzón quitao en varios sentidos. Tiene una primera media hora introductoria sin apenas introducción, en la que tenemos contexto, pero no muy claro y que aparentemente nos da igual, y donde las motivaciones de los personajes nunca quedan claras. Esto da pie, y creo que a propósito, a que entremos en un estado mental de desconfianza en el que no tenemos demasiado claro por dónde van a ir los tiros.

Con un tono entre cómico y misterioso, el director nos lleva hacia una oscuridad rural que se respira desde el personaje principal —Félix Kysyl, con él llegó el escándalo— al resto de sus vecinos, pero con un espíritu naif que lleva a los personajes a tomar decisiones y a posteriores reflexiones muy interesantes. Casi más que la película en sí, que usa el espacio como si todo él fuera el escenario de un teatro (a pesar de que apenas para quieta paseando en coche, buscando setas o visitando a otros vecinos, en su tranquilidad propia de pueblo), lo que mejor funciona son sus partes. Como ocurre en los lugares en los que todo el mundo se conoce, en Misericordia cada interacción esconde un mundo, uno en el que nadie sabe nada de nadie, pero todo se intuye, dejando algo de margen a la disposición a compadecerse de los sufrimientos ajenos que da título a la película, al perdón incluso, pero luchando entre el juicio a los demás y al propio.

Como tal, Misericordia es una película difícil de valorar. Hay calidad, la narración avanza despacio, pero a paso firme, los personajes son lo suficientemente misteriosos, sus actos lo suficientemente incomprensibles y sus relaciones lo suficientemente comprensibles (y viceversa) como para nunca perder el interés, pero es el humor entre tanta relación adversa, cercana y contradictoria donde uno termina más desconcertado. Una película previsible e imprevisible a partes iguales, en la que el director parece estar más interesado en observar bucólicos paisajes y mostrar a gente que no tiene nada mejor que hacer que beber y pensar en si le sale más a cuenta pegarse o tener sexo para entretenerse y donde lo que mejor funciona es la alternancia entre la comedia, el thriller y el drama familiar que pesa sobre todo el pueblo que está más salido y amargado que otra cosa.

Por eso, mi recomendación es que el espectador que acuda al cine a ver esta película la plantee como una versión de Crimen y castigo más cómica y menos densa, con sus buenas dosis de pecados y sobre todo interesantes reflexiones sobre la culpa, el castigo y el perdón que funcionan bastante bien a nivel egoísta y también a un nivel más trascendental, rozando en sus actos el absurdo como si les resultara natural. Quizás porque, hasta al pensar en los demás, a menudo todos avanzamos en la vida movidos por el egoísmo (y cuando no, se ve que también por el calentón).

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