El nuevo trabajo de Marion Vernoux es sin duda una película entretenida y dinámica, capaz de relatar con honestidad ciertos acontecimientos que, desde luego, no carecen para nada de interés. Aún así, el estilo imparcial (tal vez algo exagerado) de la directora francesa termina por convertir los hechos relatados en anécdotas de poca profundidad, pasando de puntillas por cada situación y sin llegar a conectar con el verdadero aspecto trascendental de la historia (que sin duda, lo tiene). Un hecho que, a decir verdad, despierta cierta contradicción en el criterio con que un servidor juzga la obra que nos ocupa, pues soy de la opinión que no existe nada peor que un relato que enfatice aquello que ya tiene fuerza por si solo, como aparentemente sucede con los hechos de Mis dias felices. Pero, curiosamente, es este posicionamiento distante, este tratamiento frívolo de lo narrado, lo que convierte la película de Vernoux en una obra que roza la vaciedad. Tal vez todo ello se deba a que, a pesar de la distancia, la directora no puede evitar posicionarse.
El problema, aun así, no está el el hecho en sí de que Vernoux tome su posición en los acontecimientos; pues el posicionamiento es, hasta cierto punto, inevitable. Con ello pretendo decir que incluso la narración objetiva es, en cierto modo, un punto de vista personal (me vienen a la memoria ejemplos como la espléndida serie Los Soprano (David Chasse, 1999 – 2008), el notable documental La pelota Vasca (Julio Medem, 2003) o la imparcial aunque controvertida El manantial de la Doncella (Igmar Bergman, 1960), casos en que, como entredije, el estilo objetivo conduce inevitablemente a una tesis determinada, acorde con la propia historia). El problema está en que dicho posicionamiento, probablemente implícito en el guión, nunca termina de encajar con el estilo distante que la directora pretende vender a la hora de exponer su relato. Como si por una parte Vernoux estuviera muy segura de la conclusión a la que conduce su historia pero por otra temiera implicarse del todo en ella, confundiendo respeto hacia los personajes con frialdad narrativa.
Lo que resulta es una historia de amor bien desarrollada y por momentos bastante divertida con destellos de grandeza que nunca llegan a materializarse. Tenemos también a un conjunto de personajes que, como sucede con la película, apuntan hacia direcciones interesantes sin llegar a encaminarse hacia ninguna parte (recordemos los casos de las dos hijas del personaje interpretado por Fanny Ardant: dos personajes que sugieren tener una profundidad mucho más compleja de la que en realidad contienen, personajes que, para colmo, jamás se esfuerzan en aparentar ningún tipo de relación materno-filial entre ellas y Fanny Ardant; o dicho de otro modo, debemos creer que son madre e hijas sencillamente porqué así está escrito en el guión). En resumen, estamos ante un trabajo entretenido y por momentos muy dinámico que no deja de funcionar en tanto que simpática película menor que uno no se arrepiente de haber visto, al menos hasta que hace acto de presencia un falso simbolismo que pretende vender como profundidad algo que en realidad no es más que apariencia.