Un plano fijo, prácticamente inmóvil (más allá de algún ligero reencuadre) y centrado en Marie es el que nos sumerge en Mirrors in the Dark, debut del cineasta checo Šimon Holý, que a través de esa introducción —que devendrá un escenario recurrente a lo largo del relato, intercalando ese diálogo entre Marie y su interlocutor con secuencias de distinta índole pero siempre conectadas con el devenir de la protagonista— pone foco sobre la figura que dará forma a esta ópera prima filmada en un blanco y negro que no deja de contener un cierto hálito de desazón, de búsqueda indeterminada. Y es que bajo esa apariencia a priori liviana de que dotan sus reflexiones a partir de inquietudes y prioridades desgranadas en torno a un simple cuestionario que irá tomando forma y propósito a medida que transcurra el metraje, Mirrors in the Dark esconde una crónica más cruenta de lo que se podría advertir en la superficie: un hecho que se irá deslizando en diversas viñetas desde las que confrontar una suerte de angustia vital que se reproduce en distintos ámbitos y complementa esa narración frontal en la que obtener una mayor percepción acerca del periplo de ese personaje sobre el que bascula la obra.
Exigente y perfeccionista, Marie expresa sus dudas y preocupaciones mitigando así un proceso en el que la vida parece manifestarse más bien como un juego de azar. Es de ese modo como Holy juega con la idea de que el carácter en cierta manera pesimista y destructivo que parece arrastrar su protagonista esconda parte de sus miedos y frustraciones ante la posibilidad de una exposición que deje entrever esas frustraciones que consumen al personaje, y que el cineasta checo decide presentar en estampas que se alejan de ese escenario central. Así, la insistencia por alcanzar cotas mayores en aquello da la impresión de ser, más que una vía de escape, su obsesión vital, la danza, o esa relación con su madre delineada en apenas una secuencia, desde la que hacer confluir una confrontación y una angustia que acechan a la protagonista sometiendo sus emociones, dibujan una senda con la que reproducir esa desazón que, si bien parece encontrar cierta contención por parte de Marie en público, desvela unas cicatrices que el realizador va dirimiendo en su narrativa a medida que avanza la particular crónica de la protagonista, comprendiendo ese cuestionario como un todo, como la herramienta cuyo fin no es únicamente perfilar su naturaleza, sino obtener un reflejo mucho más complejo acerca del desasosiego que se filtra en su rutina diaria.
Mirrors in the Dark traza así un ejercicio que impulsa en su puesta en escena los distintos matices del particular periplo de Marie, pero que aprovecha ante todo sus vacíos —complementados por la elección de un formato que va más allá de la mera sensación de contención— y ese carácter que provee un blanco y negro desde el que resaltar luces y sombras. Con ello, Holy conduce a través de un innegable talento visual aquello que fácilmente se podría comprimir mediante reflexiones que ya de por sí nos abren las puertas a un universo voluble y cambiante, que sin embargo descubre en esa predilección por la potenciación del plano uno de sus grandes aliados. Un hecho que además encuentra en el rostro de Alena Doláková otra gran baza: la actriz aborda un rol lleno de tonalidades y contradicciones con una personalidad que es capaz de otorgar el contraste adecuado en cada instante a esta ópera prima donde sus distintos ámbitos trascienden a la vida con una facilidad extraordinaria.
Larga vida a la nueva carne.