Un grupo de chicas adolescentes está preparando uno de los momentos más especiales de la juventud dominicana, la fiesta de los 15 años de edad. El epicentro del evento, celebrado principalmente por la clase media-alta de la sociedad de Santo Domingo, lo constituye un baile para el cual las jóvenes asisten a clases de danza de manera continua. Por extensión, otro de los puntos clave de esta celebración gira en torno a la pareja de baile. Aquí es donde Miriam comienza a vislumbrar problemas. Su futuro compañero y (quizá) algo más, es un chico llamado Jean-Louis que ha conocido chateando por Internet, de origen francés e hijo de una importante personalidad del país. Pero tiene un rasgo físico que, como bien sabe Miriam, jamás pasará la aprobación de su resabida familia: es de raza negra.
En Miriam miente, los cineastas Natalia Cabral y Oriol Estrada exponen las vergüenzas de esta burguesía dominicana. Un mundillo que parece querer obviar la pobreza que reside en buena parte de la nación, que pretende que sus descendientes sean caracteres moldeables a lo que los padres desean, donde las preocupaciones son de índole banal. Pero, sobre todo, una parte de la sociedad que se muestra entre poco y nada tolerante con el resto de los compatriotas que no ostenten una posición social ajustada exactamente a sus designios, hasta tal punto de meter miedo a una joven que parece estar encontrando su amor.
Porque el caso de Miriam con su romance dista de ser algo pasajero o baladí. La protagonista es una adolescente con ciertos problemas de autoestima, descontenta con su entorno y que solo encuentra refugio en la cháchara de unas amigas que no están lejos de responder al clásico prototipo de quinceañeras. La presión de su familia por conocer a Jean-Louis no ayuda en absoluto a que la chica muestre un perfil más extrovertido, y menos cuando es ella misma la que descubre el perfil físico de su futuro novio. De ahí que el título de la obra, Miriam miente, sea algo puramente descriptivo y no acusatorio, como antes de visionar el film podría parecer. Si Miriam no dice la verdad es porque está recibiendo una fuerte presión social por parte de su entorno, más implícito que tácito, pero con el dedo acusador presto para señalarla en cuanto se descubra la identidad de Jean-Louis.
La construcción narrativa de este proceso es bastante más profunda de lo que parece. No es sencillo dotar de mística a un trabajo que se compone, al menos en una de sus dos caras, de una problemática adolescente demasiado universal como para conseguir personalizarla en Miriam. Sin embargo, Cabral y Estrada consiguen reducir al mínimo toda esta parte de Miriam miente y la conectan de inmediato con la gran motivación del film, que no es otra que exhibir el rostro de la burguesía dominicana. Cierto que lo que se muestra aquí tampoco parece suponer, en principio, una clara distinción respecto de otros retratos de clases acomodadas realizados en otras partes del planeta, pero el impacto que las maldades de esta sociedad tienen sobre la personalidad de la joven Miriam es lo que logra dotar a la película de un sentido propio.
Esta interpretación es palpable ya hacia la mitad de la obra, pero alcanza una dimensión mayor con una secuencia final que refuerza y cierra de una manera magnífica la narración de Miriam miente. Una película que se centra en aspectos más racionales que emotivos, que no muestra grandes alardes técnicos, pero sí habilidad para llenar de matices un guion a priori muy terrenal, y que cuenta con la sobria interpretación de una Dulce Rodríguez que encaja a la perfección en ese papel de chica introvertida, víctima de aquellos que más deberían apoyarla. Un relato de perfil global, lo cual ayuda a entender su mensaje, pero que posee los suficientes condimentos como para demostrar que esta parte de la sociedad dominicana es quien tiene el protagonismo durante la hora y media de film.