Un sencillo cartel —«¿Buscas trabajo? Alaska te espera»— sirve como punto de partida para el nuevo trabajo de Alessandra Celesia tras los documentales The Bookseller of Belfast y Luntano. Ante un rótulo tan esclarecedor, el contexto no tiene secreto alguno, y nos traslada a una crisis latente que, en efecto, es capaz incluso de arrastrar a un puñado de italianos a uno de los últimos rincones casi despoblados del mundo.
Lo que podría parecer una suerte de road movie en clave de comedia, en manos de Celesia tampoco se dirige a lo fácil que sería, en efecto, tender un nuevo lienzo que dramatice (nuevamente) acerca de las consecuencias de una crisis que ya conocemos todos. O, en otras palabras, transformar una premisa de lo más interesante en el enésimo drama social de turno. No obstante, la cineasta italiana afincada en Francia rehuye de un modo consecuente de esa típica perversión dramática que enfatiza situaciones entorno a esa condición desfavorable generada por el momento actual.
Todo ello queda dibujado en una de las secuencias iniciales, donde diversos de los candidatos son entrevistados y van introduciendo sus propias historias personales en las que, si bien es cierto queda algún momento para esos instantes dramáticos —no del todo evitables por más que se quiera para no inducir así en una desvirtuación de la realidad—, surge quizá el carácter más amable y extrovertido del pueblo italiano (probablemente, a raíz de una situación tan pintoresca como la que encuentran ante sí los personajes), hecho que Celesia reviste con un tono que incluso a ratos se podría definir como desenfadado.
A partir de ese momento, y con un formato de docu-drama muy presente durante todo el film, Mirage à l’italienne va siguiendo la peculiar galería de personajes que forman esa selección con cercanía y tacto, sin avasallar el drama, y sin alambiques (en ese sentido, destaca la ausencia de banda sonora) que den forma a aquello que el propio relato, las propias piezas extraídas de cada historia, consiguen dar por sí solos.
Esa ansiada huida a Alaska, que alude tanto a necesidades primarias como a estados anímicos, da sus primeros pasos con algunos cursos entorno al trabajo que desarrollarán allí y a la necesariedad de conocer mínimamente el idioma local.
Puede que en este primer tramo la cineasta peque en algún momento de reiterar entorno a temas o situaciones ya desgranados, pero todo ello se comprende con la llegada de un último acto donde la distancia resulta más que evidente: en esos páramos helados, el conflicto parece desvanecerse paulatinamente y, cuando entra en escena, lo hace invitando a la reflexión y generando así un poso inentendible en un marco como el de la ajetreada ciudad transalpina de Turín, un ajetreo del cual Celesia parece mantenerse a distancia, pero que toma forma ocasionalmente en las relaciones de los protagonistas con su entorno.
Esas relaciones, establecidas de un modo mucho más frágil e íntimo en ese nuevo entorno, cobran una armonía que quizá dota de total sentido al título, pues en realidad los protagonistas de esta Mirage à l’italienne no pierden ese tono tan mediterráneo que les caracteriza, pero encuentran en esos confines dejados de la mano de Dios su particular bálsamo, lo que perfectamente se podría definir como un espejismo (que es, en efecto, lo que significa «miraggio») ante una situación que vista desde esa nueva perspectiva toma otra concepción, quizá la más idónea ante momentos tan difíciles como los actuales.
Larga vida a la nueva carne.