Al lado de la carretera bajo un foco que dubita el ciego camina cuando el día culmina. Suenan los carros, suenan los grillos, suena la noche que se avecina. Y pasivo y tranquilo el ciego respira mientras este barullo le hace compañía.
Cuando pensamos en ceguera pensamos en discapacidad, y las discapacidades se entienden como algo trágico, pero no es así necesariamente, una discapacidad puede ser solo una condición que obliga a ver la vida de otra manera. Y esto es lo que busca Antón Terni con Mirador, documental en el que seguimos a Pablo, un uruguayo que perdió la vista a la edad de tres años y que ha aprendido a valerse por si solo a pesar de ello. Pero esta no es una película sobre la dificultad, sino sobre la diferencia y la belleza que se puede encontrar en dicha diferencia, pues Pablo es un ser alegre con amigos, hobbies, ocupaciones, distracciones y goce de vivir; en este sentido el documental es una exaltación de la capacidad de los seres humanos de adaptarse a las condiciones adversas y salir adelante.
El universo de Pablo es sonoro, por eso varias de sus acciones se hacen extrañas en principio, pero a la larga nos daremos cuenta de que son tan comunes como las de cualquiera, y he aquí el genio del realizador que nos permite ir descubriendo poco a poco el significado de las expresiones del personaje.
La apuesta formal está dada para acercarnos lo más posible a la experiencia sensorial del protagonista, con una cámara que mantiene el foco a una distancia corta privilegiando los planos detalle de las distintas reacciones del personaje mientras el demás entorno permanece difuminado; aquí es importante lo que tiene que ver con el tacto como las texturas de los rostros, de las manos y de los objetos que posee el protagonista en los que reposa una belleza añeja propia de las cosas que esconden un pasado lleno de experiencias. El diseño sonoro como se podría esperar es la apuesta mas sólida de la cinta, se oye todo, incluso no hay temor por dejar que el ambiente opaque los diálogos; hay una escena especialmente poderosa donde esto se materializa y es cuando el trío de amigos visita la playa, en dicho lugar el océano imponente los sublima, los hace pequeños, pero los reconforta con el pasivo ritmo de las olas.
Los personajes a parte de su discapacidad son personas normales, no hay ningún afán por glorificarlos y esto se agradece ya que así el realizador nos permite encontrar la belleza en lo mundano, en los actos e interacciones intrascendentes y de esta manera la cinta nos acerca a la vida, lejos de idealismos, tan cruda como puede ser, pero a la vez tan rica y significativa cuando somos capaces de gozar de la aparente sencillez y banalidad que envuelven a nuestras interacciones cotidianas. Y a pesar de que la figura de los protagonistas no es de gran presencia, sus rostros poco agraciados se enriquecen gracias a la ingenuidad y templanza con la que afrontan su condición día a día, y con esto la obra nos recuerda que no hay mayor belleza que la de un alma noble que aún a pesar los problemas es capaz de seguir en pie, cálida y optimista.
Lo que se puede criticar a la película es que se hace corta y es a veces desordenada, posiblemente por limitaciones del rodaje ya que se siente que algunas conexiones en la historia fueron apresuradas y establecidas de manera un poco forzada con el ánimo de dar linealidad a los eventos. Por todo lo demás, Mirador es una pequeña joya, y representante de un arte necesario que más que confrontar problemas nos invita reconocer lo bello de nuestra frágil y efímera experiencia humana.