El universo infantil siempre ha sido objeto de indagación para cineastas de toda índole, y podemos encontrarlo explorado desde en cintas de ámbito más comercial como El niño del pijama de rayas o de culto como Léolo, hasta en joyas olvidadas como El largo día acaba de Terence Davies, pasando por los Juegos prohibidos de René Clement o por uno de los autores patrios más interesantes como Víctor Erice, que nos mostró desde el prisma de dos niñas a través de El espíritu de la colmena y El sur universos difíciles de olvidar.
Obviamente, no nos podemos olvidar de referentes claros del género como el Cero en conducta de Jean Vigo, o ya pasando al formato del cortometraje, El amigo, que fuera germen del largometraje Crónica de un niño solo de Leandro Favio, o piezas más actuales como El hombre esponja del ya exitoso Juan Antonio Bayona. Es, precisamente, en ese formato donde entronca el segundo cortometraje realizado por el cineasta australiano Luke Doolan, habitual montajista (ha estado en el proceso de montaje de cintas como Spider o Animal Kingdom) que con esta pieza se llevó multitud de galardones además de llegar a estar nominado al Oscar en su respectiva categoría.
La premisa de la que parte Doolan en Miracle Fish es sencilla: Joe es un pequeño al que su madre deja en la escuela el día de su cumpleaños, donde como es habitual será maltratado y asediado por un par de compañeros que no parecen tenerle mucha simpatía y no le dejarán en paz ni a la hora del almuerzo, precisamente cuando Joe descubra ese “Miracle Fish” (que no es más que uno de esos peces que “determinan” tu suerte) al que alude el título, que al final terminará teniendo una repercusión de lo más curiosa. Debido a esa incansable persecución, Joe decidirá refugiarse en la enfermería hasta el termino de las clases. No obstante, cuando se despierte se topará con una escuela vacía del todo…
Doolan demuestra bastante pericia en el manejo de los recursos, sabiendo aplicar una economía de planos cuando nuestro protagonista se queda sólo en el colegio y podemos observar los deshabitados pasillos y estancias del mismo. En ese contexto, Joe reacciona como lo haría cualquier otro niño, autonombrándose mejor alumno de la escuela (o ese es el cometido que parecen tener unas pegatinas que se pone), comiendo sin coste adicional en la cafetería y buscando alguna evidencia que encuentra en forma de libro sobre abducciones alienígenas, con el consecuente guiño de Doolan al espectador en forma de sonrisa maliciosa en la boca de un niño que no podría sino desear un final así.
Sin embargo, se nos devuelve a la realidad cuando al salir de una habitación nos topamos con una mano ensangrentada en la parte superior de una puerta, lo que podría hacer pensar al público que está ante un corto de género, pero que gracias a la habilidad de un cineasta que consigue jugar con suficiente destreza con la situación continúa en una introspección de ese universo que nos sigue descubriendo para concluir con un final que poco tiene de moraleja pese a erguirse casi como una semi-fábula dando pie a una resolución que maravilla por lo simple de la misma, pero también por resultar imaginativa ante una resolución que incluso se podría tildar de brusca.
Quizá marra Doolan al querer acentuar ese ‹impasse› dramático de los últimos minutos de Miracle Fish, donde a través de una banda sonora que enfatiza en exceso el momento y de un ralentí que no parece atender a necesidad alguna dentro de esos instantes finales casi milagrosos, que con un poco de magia aderezan una terrible experiencia y la convierten, ni más ni menos, que en otra representación perfecta de un imaginario infantil que a buen seguro seguirá a buen recaudo mientras tras él se encuentren cineastas tan tenaces como Luke Doolan.
Larga vida a la nueva carne.