La directora franco-armenia Valérie Massadian cuenta en sus entrevistas que tiene tres películas en la cabeza, las tres sobre mujeres en edades de paso. Hasta la fecha ha realizado dos; en Nana (2011), exploraba la vida de una niña de unos cuatro años, edad en que los niños todavía no han sido domesticados por la cultura. En la segunda, Milla (2017), pone el foco sobre una chica adolescente embarazada, un drama intimista en el que flotan temas como el primer amor, el luto y la ausencia.
Como Nana, ésta es una película de resistencia y supervivencia en un entorno hostil y agreste. Mientras que la primera se desarrollaba en un casa en el bosque, en Milla predominan los espacios urbanos, pero la idea es la misma: la capacidad de salir adelante del ser humano ante un escenario adverso, la voluntad de seguir viviendo aunque queden pocos incentivos para ello.
Hay durante toda la película un contraste evidente entre la frialdad de los paisajes semivacíos de la costa atlántica francesa, de las casas abandonadas donde se alojan los protagonistas, e incluso de la puesta en escena, y la intimidad con que los personajes se relacionan, la cálida naturalidad de sus gestos y de sus risas. Massadian rueda sus películas sin guion ni actores profesionales, lo que dota al film de un realismo cercano al documental, a medio camino entre las fábulas de clase obrera de los Dardenne y la poética cotidiana de Éric Rohmer.
Milla es simplemente un fragmento de vida de una chica joven, su transición de una adolescente risueña a madre trabajadora. Tanto la actriz protagonista, Severine Jonckeere, como su compañero Luc Chessel componen personajes táctiles, libres de arquetipos y fórmulas, que nos logran emocionar sin tener ningún tipo de tic o manierismo actoral. Ese es el mayor logro de Massadian, una dirección que se compone a partir de la libertad creativa, sabiendo lo que se busca pero no el camino para llegar a ello. Una forma de trabajar exigente y arriesgada, pero que sin duda puede ofrecer resultados fantásticos cuando se logra encajar la improvisación en una idea general. La realizadora francesa busca continuamente romper con la receta, lo que le lleva a atreverse con decisiones difíciles, como el devenir de Leo o la inclusión de elementos discordantes con el resto del film, como podría ser el interludio musical.
Se trata de una película compuesta en gran parte a partir de planos estáticos, como ‹tableaux› donde se desarrollan las situaciones. Pese a que Valérie Massadian demuestra que sabe dónde colocar la cámara, con encuadres bien estudiados, la película se ve perjudicada por una distancia física y emocional demasiado lejana con respecto a los protagonistas, algo que contiene la emoción de las situaciones y puede evitar por momentos la conexión de los personajes con el espectador. Ello, unido a una duración un tanto excesiva, hacen que la película se resienta en su conjunto.
Si bien el resultado final es un tanto irregular, Milla es una película trabajada e intensa, que merece un reconocimiento por intentar escapar de la comodidad. Una propuesta arriesgada pero honesta, que demuestra que hay muchas maneras de hacer cine y que todas merecen la pena ser exploradas.