Mil veces Buenas Noches (Erik Poppe)

Dentro de los medios de comunicación, tan denostados en estos últimos tiempos (hace unos años salió una encuesta que decía que los periodistas eran la segunda profesión peor valorada por los españoles, solo por detrás de los taxistas), existe un oficio que sin embargo goza del respeto casi unánime tanto por parte del pueblo como de la masa profesional: el fotógrafo de guerra. Ese personaje que se introduce con su cámara allá donde haya el más mínimo signo de conflicto, arriesgando la vida con el objetivo de dar a conocer lo que está sucediendo en esa zona, no suele ser muy conocido físicamente, pero si su trabajo es de calidad dará la vuelta al mundo de manera literal, apareciendo en periódicos, televisiones y webs de todo el globo terráqueo. Ya se sabe que una imagen vale más de mil palabras.

Hacia uno de esos personajes centra su atención el cineasta noruego Erik Poppe, que precisamente fue fotógrafo de guerra antes de dar el salto al séptimo arte. En su última película, Mil veces Buenas Noches, refleja la vida de Rebecca, una reportera de guerra que lo arriesga todo por una gran fotografía pese a tener un marido y dos hijas esperándola en su residencia de Irlanda. La conciliación de vida laboral y familiar es pues el quid de la cuestión en esta obra, que cuenta con la participación ineludible de la parisina Juliette Binoche encarnando a la protagonista.

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Es innegable que Poppe sabe cómo crear expectación desde el primer instante. Toda la primera secuencia en Afganistán ostenta una capacidad de impacto muy alta, de tal forma que con escasísimas palabras pero mucha fuerza en las imágenes, la película engancha a nivel argumental, define muy bien la personalidad de la protagonista y sintetiza lo que nos vamos a encontrar en las casi dos horas de cinta. Una trama cuyo siguiente movimiento se da con un cambio de escenario a Irlanda, donde observamos el segundo capítulo de lo que le sucede a Rebecca: la relación con su marido Marcus (Nikolaj Coster-Waldau, conocido en Poniente como Jaime Lannister) y con sus hijas, donde la realización da un vuelco: ahora pesan bastante más los diálogos (incluyendo los numerosos silencios) que las imágenes, en un claro e intencionado mensaje por parte de Poppe de lo difícil que es compaginar ambas esferas.

Sabiendo que su director conoce al dedillo lo que se cuece en este oficio, no es de extrañar que la película despida un realismo bastante grande en lo que se refiere al trabajo de la protagonista. Sin embargo, pronto descubrimos que la historia contiene ciertas dosis de eso que tan a menudo suele destruir a este tipo de películas: el azúcar. A partir de un determinado punto de la obra, todo se vuelve excesivamente dramático, incluso cursi y por tanto acaba perdiendo algo de credibilidad. Pese a la grata interpretación de Binoche (no es noticia ya), resulta complicado conectar con la protagonista ante ciertas cosas sin sentido que aparecen en la descripción de su personaje, especialmente en lo referido a la interacción con sus hijas (el personaje del marido acaba pintando poco) y el tratamiento que se le da especialmente a una escena teóricamente decisiva que comienza resultando bastante emotiva pero que termina de manera un tanto decepcionante.

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Con todo, Mil veces Buenas Noches es una más que decente película que retrata fielmente una de las profesiones mejor vistas en la faz de la tierra pero que poca gente se atreve o tiene la oportunidad de ejercer. En este caso, pese a que el personaje de Rebecca sea alguien sacado puramente de la ficción, a buen seguro que muchos compañeros de profesión se sienten identificados con su papel, comenzando por el director que con certeza habrá introducido algún que otro pasaje autobiográfico. Lástima que la película decaiga dramáticamente durante su segunda mitad, porque podríamos estar hablando de una película muy notable. Pero ya sabemos que en el cine, como en la fotografía, es complicado encontrar el punto de vista idóneo.

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