Un año concreto, un conflicto atemporal, un día especial. Antes de dar forma a su primer largometraje, Mikel Gurrea supo expresar de un modo personal una forma de dialogar con su cine, aprovechando que el formato cortometraje le ofrece un pequeño espacio para impactar con su narración.
Es quizá el diálogo epistolar el que aprovecha para aproximarse al drama. En 2009 presentó su corto Los gatos del tejado junto a sus compañeros Marga Carnicé, Marc Feliu y Natxo Medina donde, a través de los escritos de un hombre a su familia a modo de despedida, descubríamos una historia que sabía aunar la voz en off que narraba ese texto con imágenes aparentemente idílicas de un día a día imperfecto. Aunque no había un ritmo equitativo entre las palabras y las imágenes, se construía poco a poco una historia íntima y potente aferrándose a lo conocido desde las relaciones humanas y familiares, a partir de algo tan impactante como la catástrofe de Chernóbil y sus mortales y silenciosas secuelas. Un ejercicio universitario que podríamos tomar como apunte estilístico que evoluciona hasta su cortometraje Heltzear.
En Heltzear, Gurrea vuelve a mirar al pasado para condicionar una pequeña historia salpicada por las fuertes condiciones de aquello que, por situación espacial y temporal, además de entorno, afectan a su protagonista. Para ello decide volver a relacionarse a través de una carta, en esta ocasión de la joven Sara a su hermano ausente. Mikel aprovecha algo informal como este escrito para introducirnos lentamente en la intimidad (desde lo familiar) de la joven. Igualmente, descubrimos su rutina enfocada en la escalada en sus imágenes, amarrados a Sara y sus obsesiones.
La voz de Sara nos sumerge en algo más que los días que ve pasar una chica de 15 años. Hábilmente nos sitúa en un momento en el que el conflicto vasco seguía en marcha y, sin concretar nada, aporta detalles con los que empapar el tema en la vida de su protagonista como una espectadora y a la vez víctima indirecta, un sentido universal y al mismo tiempo un síntoma personal que se destila de sus palabras. Estas se cohesionan con las imágenes, como una forma de evaluar sus entrenamientos paralelamente a sus pensamientos. Nos encontramos muy cerca de Sara, siempre atentos a sus estudiados movimientos, a sus heridas y sus dudas, como una respuesta directa a aquello que transforma en anécdotas para su hermano.
Heltzear se convierte en un acto de superación personal cuando fija nuestra mirada en su entrenamiento, en ese objetivo para el que se prepara y que nos muestra un subjetivo ejemplo donde no está permitido un paso en falso, donde llegar a un final es una victoria. Es estimulante cómo la prueba de fuego con la que finaliza el corto va modificando los sonidos ambientales que la acompañan, siendo más terrenales y serenos cuanto más cerca se encuentra de su meta, enfocado en un sentido liberador y solitario, conviviendo con esa relación que cada uno tiene consigo mismo y sus propios pensamientos. En definitiva, nos enfrentamos a una historia que se va desgranando con cuidado y sencillez, adentrándonos en una dualidad donde una agradable voz en off compite con el esfuerzo físico que nos invita a centrarnos en Sara pero también en aquello que ha diagnosticado su vida en un momento de cambio como es la adolescencia, demostrando la habilidad de Mikel Gurrea como narrador y su ambivalencia para expresarse más allá de lo visual, otorgando todo tipo de lecturas a lo que nos muestra.