«El 8 de agosto de 2008 tropas rusas, osetias y georgianas entraron en guerra». A partir de este marco situado al inicio del filme, Ori decide relatar un pequeño fragmento de la vida de 4 personajes: la de Giorgi y Nino, una joven pareja que está a punto de casarse; y la de Beqa y Tazo, tío solitario y sobrino huérfano reciente, respectivamente. Lo único que tienen en común parece ser este marco geográfico y temporal, que se respeta cronológicamente sin distinción en ambos casos.
Las historias múltiples, aun así, no siempre tienen un resultado tan atractivo como su planteamiento. Ninguna de las dos, en este caso, consigue que nos involucremos lo suficiente en el relato, ni para lo bueno ni para lo malo. A veces, el intentar abarcar varios personajes e historias a la vez tiene un efecto disuasorio respecto a la potencia que podría tener una de ellas por sí sola. No por eso significa que en la película no haya momentos dignos de mención, pero precisamente por esto tales momentos resultarían más esclarecedores y catárticos si hubieran sido explotados con su tiempo y detalles necesarios. La cuestión no está tanto en si la realidad nos afecta más de cerca o no, si el equipo es del país en que se rueda la película o no (en este caso, coproducción española-georgiana con un equipo creativo español), sino en si el proceso previo a la grabación está en condiciones necesarias de avanzar y no quedarse para una última revisión.
El relato de Giorgi y Nino, por ejemplo, está construido visualmente de manera que desde el primer momento podamos intuir como va a acabar. Este acierto formal se concreta en la repetición de planos en espacios concretos (cocina, camino a la ciudad), donde los personajes aparecen siempre solitarios al vivir horarios contrapuestos: Giorgi trabaja de taxista en el turno de noche mientras que Nino hace vida de día. Los espacios que en un principio tendrían que compartir aparecen con grandes vacíos, ocupados solo por uno de ellos durante la mayor parte del metraje.
La otra cara, la de Beqa y su sobrino Tazo, no está tan perfilada, dejando por ello lagunas dramáticas que podrían haber sido colmadas con los pilares de una relación desestructurada, un adolescente fuera de casa y un viejo característico en un entorno prácticamente desierto. Hay algún destello de humor poco aprovechado, incluso, que no hace más que evidenciar el potencial creativo del conjunto.
En una película caracterizada por un uso sencillo y austero de los elementos, la música es un ingrediente que casa con la monotonía y reiteración de la pareja de jóvenes. Al contrario que una vía de escape emocional, como puede resultar en muchas ocasiones, aquí se emplea –quizás de manera intencionada, quizás no- como elemento de integración y monotonía constante, que hace del paisaje un elemento poco pretencioso y de los personajes individuos que no tienen otra salida y destino que aquel en el que están viviendo.
En conjunto, Ori resulta una película que rescata pequeños pedazos de la realidad georgiana contemporánea, pero no le basta para llegar a concentrar fuerza necesaria para el disfrute y sufrimiento del público. Al no focalizar suficiente, se disuade en largos silencios mal aprovechados y momentos puntuales de lucidez. Esta mezcla de pretensiones no puede más que desembocar en un resultado ambiguo, donde la sensación es de cierta insatisfacción. A pesar de esto, resulta un acercamiento serio a una realidad difícil desde un punto de vista foráneo, con un trabajo formal arriesgado en algunas escenas, y que insinúa un punto de partida más que respetable de cara a futuros trabajos.