La sinceridad y naturalidad de Noah Baumbach, como director y guionista, o de sus películas, hace de todas ellas algo siempre agradable de ver, interesante y entretenido. Es un cine humano que se plantea los mismos dilemas de siempre pero lo hace con bastante honestidad, humor y cariño por sus personajes. Son obras sencillas que resultan más complejas de lo que a primera vista pueden parecer. Por ello, es de agradecer la facilidad que tiene este director para desarrollar historias con personajes que, perdidos, avanzan por la vida casi por inercia temporal, sin un rumbo marcado pero siguiendo a las demás personas de su edad.
Mientras seamos jóvenes nos presenta a una pareja de cuarentones sin hijos, Josh (Ben Stiller) y Cornelia (Naomi Watts). Sus mejores amigos acaban de ser padres por primera vez y los protagonistas no se sienten tan a gusto con ellos como antes, ni parecen interesarse por las mismas cosas, ni los temas de conversación fluyen tan bien. Poco después de esta experiencia Josh conocerá a Jamie (Adam Driver) y Darby (Amanda Seyfried), dos jóvenes veinteañeros llenos de vida y carisma que atraerán al serio Josh y después también a Cornelia. Durante los primeros meses o semanas de la amistad los adultos serán contagiados por su espíritu y rejuvenecerán por varios años, obtendrán mayor vitalidad y recuperarán las ganas de hacer cosas que ya casi habían olvidado que se podían realizar, mientras esas cosas a su vez les recuerdan que ya no son tan jóvenes como antes, les muestran lo que significa ‘diferencia generacional’ y les da otras perspectivas.
Sentirse fuera de lugar y del tiempo, en definitiva. Algo en lo que muchos nos podemos ver reflejados y sentir identificados, tengamos la edad que tengamos, sobre todo cuando no nos sentimos parte entre la gente que nos rodea, o solamente lo pensamos. Como ya pasaba en Frances Ha, pero en otra etapa emocional. Y esa es la mayor virtud de Mientras seamos jóvenes, aunque no la única: ser una comedia ligera visualmente, pero de mayor calado y profundidad en su interior. A veces uno se plantea en qué consiste una relación, tanto de enamorados como entre amigos, en teoría las dos formas más profundas de confraternidad humana. Cuando conoces a alguien y todo es nuevo, se dan grandes conversaciones que seguramente uno de los dos (al menos) nunca olvidará, se habla de temas de gran hondura, del pasado, los recuerdos, las esperanzas y el futuro. Cuando luego ese comienzo da lugar a la pareja, todo se vuelve más rutinario, las conversaciones son más básicas con el tiempo, estáticas y anecdóticas, se pierde fondo, en ese sentido. Como si la complejidad que le ha dado el tiempo a los amantes por dentro y como conjunto les haya vuelto más simples y llanos por fuera, casi aburridos, sin frescura. Y eso la pareja lo nota, y aunque saben que no es malo sí que deja un poso de amargura, como si se hicieran viejos al pensarlo.
Entonces llega alguien que lo revitaliza todo, o deja esa impresión; también son los momentos. Sentir que puedes, pues esa es la clave, tener nuevos horizontes a tu alcance. Comerte el mundo por unas horas o por varias semanas gracias a la presencia de otro ser más lleno de energía y que contagia, para después recuperar de nuevo un estado de ánimo cercano al inicial propio y que te servirá para asimilar lo nuevo que has vivido y que, de nuevo, puede que no hayas llegado a conseguir, diluidas tus ansias de nuevas metas o las viejas renovadas. Intentas reorientar las prioridades y buscar la manera de hacer perdurar ese espíritu más vivo o más fiel a lo que te gustaría ser. Por eso no es fácil tratar de ser humanos, porque hay muchos sentimientos y es difícil equilibrarlos. Y por eso, también, puede que Baumbach se disperse un poco en un momento dado, hacia el segundo acto del film, y, aunque no moleste demasiado en este caso, se vuelva un poco previsible, porque es difícil mantener el tono ágil y de aspecto trivial cuando abarcas tantos temas. Por otra parte, se nota que a Ben Stiller se le dan bien este tipo comedias con un punto de sutura en que todo lo que puede ir mal le va a peor y ha de reconstruirlo. Se diría que, por un momento, parece que la cinta se vaya a convertir en Los padres de ella, pero no es más que un pequeño espejismo y la película se vuelve a asentar sobre las mismas bases que la sostenían al principio.
Como las relaciones que funcionan, así es Mientras seamos jóvenes. Parece inmóvil y que no cambia, y si lo hace es sólo en función de otras cosas secundarias, a lo ajeno de los dos, pero transita por cuestiones que resultan muy cercanas al espectador y que hablan sobre las razones que necesitamos para ser felices, o del miedo a descubrir dichas razones siendo dos. Es difícil sentirse del todo satisfechos cuando la duda de las decisiones se mantiene y hay ciertas cosas que ya no podremos hacer.
Por cierto, es una comedia y hace gracia, sobre todo por el carisma de los dos hombres protagonistas y por la sobriedad de las actrices secundarias no tan secundarias.