Las oscuras correrías nocturnas del atleta suizo Mischa Ebner, acontecidas durante el verano de 2002, llegan a la gran pantalla gracias a la última película de Hannes Baumgartner, titulada internacionalmente con el acertado epíteto de Midnight Runner, tal y como el criminal fue apodado por la prensa del país. Y es que Ebner, uno de los más prometedores corredores del país, compaginaba su día a día en su eclosión en el mundo del running profesional con el ataque indiscriminado a varias mujeres una vez caída la noche; los ataques, de los que se llegó a contabilizar una treintena, ocasionaron graves lesiones a muchas de las mujeres que caían víctima de su inhóspita violencia, e incluso la muerte a una de ellas, convirtiéndolo ya en asesino, posiblemente uno de los más conocidos de la historia negra suiza. Fue detenido por la policía pocas semanas después, para acabar muerto tras cometer suicidio en la celda que estaba recluido a la espera de juicio.
Muchos son los interrogantes que se generan en el perfil psicológico de este personaje, y que por fuerza propia circulan en la película de Baumgartner, proyectada en Gijón fruto de la colaboración del certamen con el Festival de San Sebastian en la sección llamada Crossroads, inaugurada para la ocasión. El director nos pone en inicio unos antecedentes de su personaje, parte de los que saldrían a la luz en los medios que intentaban encontrar respuesta a las inexplicable furia homicida de este personaje, de carrera prometedora y cotidianidad ejemplar, con una pareja bajo la que se encontraba construyendo planes de futuro; Baumgartner nos indica en primera instancia que su protagonista, ampliamente inspirado en Ebner e interpretado con mucha solvencia por el actor suizo Max Haubacher, arrastra tras de sí la cruenta muerte de su hermano en el pasado. Con ese punto de partida, Midnight Runner se pasea por algunos de los tropos de la vertiente más estudiosa del cine de psychokillers, que intenta una observación del enigmático origen del mal en un individuo sin motivo aparente de causarlo; la óptica por la que se opta, peliaguda y controvertida, es la de situarnos desde el punto de vista del criminal, diatriba que se antoja casi indispensable para intentar amoldar al espectador a la idiosincrasia de sus hechos. En una atmósfera fría, calculada y especialmente acotada en las secuencias nocturnas, concibiendo la noche como una especie de detonador clave de sus pulsiones, el film se recrea en la construcción de un personaje hermético, con ciertos problemas de sociabilidad a pesar de gozar de una estabilidad en varios campos de su vida y que parece encontrar en el deporte el foco de ebullición para exorcizar sus traumas más internos, hundidos bajo las capas de su cotidianidad.
Midnight Runner se sumerge en su estudio con un envoltorio escénico aséptico, como si se pretendiese una narración convergente entre los traumas interiores del criminal y la evolución perceptiva a su entorno, paulatinamente tormentoso. Aunque se pudiera esperar más en cuanto a un compromiso mayor entre las vicisitudes más sucias y grotescas de este perfil criminal, algo que Baumgartner esquiva con cierto decoro (aún recreando de una manera áspera y realista la ejecución de sus ataques), y achacando cierta condescendencia con los más profundos sentimientos de este protagonista y villano, la película funciona gracias a su potente introversión escénica, que se afianza a la hora de ofrecer un perfil psicológico, no del todo clarificado. Aún cuando en algunas situaciones de su hábitat relacional se guardan unos momentos reflexivos claves para entender al personaje y el origen de su trauma, así como el intento por mostrar lo escabroso de este asunto, es el ímpetu reflexivo de la película, más especialmente detonado en su tercio final, lo que acercan a Midnight Runner a ser una cinta que se acerca a la mentalidad de su protagonismo de manera esquiva con lo convencional, no quedándose tan solo en el retrato de unos hechos y sus consecuencias, algo de lo que este caso fácilmente hubiese sido fruto de haber caído en alguna máquina de producción más ordinaria.
Una historia que acerca al espectador al retrato de una personalidad introvertida, reprimida y atormentada, aunque el propio personaje solo dé muestras de ello fuera de su contexto relacional y profesional; la película expone, estudia con paulatina incisión, y escenifica los hechos bajo cierta recreación realista. Aunque no se atreva a juzgar los orígenes de esta indudable perturbación psicológica, recrea en pantalla un caso de incómoda reflexión bajo unas maneras cinematográficas inspiradas en valores narrativos calculados, que era lo mínimo exigible a la hora de abordar un capítulo de la historia negra tan incómoda para esta Suiza que da también nacionalidad a la película.