La primera película de Michel Gondry, con Charlie Kaufman firmando el libreto, nos trajo una película llena de excesos, a ratos irregular, con mil y un defectos, pero sin embargo, para ser una ópera prima, deja bien a las claras cual sería el terreno por donde se desenvolverían la pareja artística formada por ambos, donde sus luces acaban ganando a sus sombras.
Sí, estoy de acuerdo con todas las faltas que se le achacan a la cinta. Con un principio poco inspirado, donde las presentaciones de sus protagonistas no terminan de funcionar lo bien que deberían, con algunos personajes llenos de tantos clichés que acaban siendo rancios y algunos momentos menos inspirados que otros, podrían abocar al desastre a una cinta que durante parte del metraje, sobre todo al principio, se la puede catalogar de fallida en más de una ocasión. Sin embargo…
Sin embargo no deberíamos olvidar quien está detrás del proyecto. A Michel Gondry lo han acabado etiquetando como un cineasta solvente cuando se apoya en guiones de su amigo Kaufman (lo que suele ser contraproducente para la carrera profesional del escritor, pocos cineastas quieren verse eclipsados y que no se hable de su “autoría”), pero los que hemos seguido su carrera sabemos que los dos tienen el mismo mundo creativo. El primero otorga suficiente solvencia a la hora de filmar, con especial atención a la estética que sabe imprimirle y que luego sería su sello en otras cintas o incluso en buena parte de sus afamados videoclips, mientras que el segundo sirve una de sus historias rebuscadas con algunos de sus tics, como son esos personajes atrapados y perdidos. Juntos crean una obra con momentos verdaderamente divertidos, una parodia disparatada sobre el ser humano.
Y es que si bien en otras cintas de sus creadores apuntan más alto y con un mensaje más profundo, Human Nature no pasa ser por una propuesta más sobre el buen salvaje y los intentos de él y de la élite de la sociedad por llevarlo por lo que se considera el camino recto, aunque para ello deba desprenderse paradójicamente de la esencia de su ser. Huyendo de la pretenciosidad y de manera irónica, toda las ideas de los personajes protagonistas (la civilización en el caso del científico, la libertad en el caso de la naturalista) quedan destruidas ante lo que verdaderamente parece importante al final, el sexo y el amor. Así, todos se traicionan, mienten y conspiran en pos de sus verdaderas aspiraciones, que se ven truncadas por estos dos elementos.
Tim Robbins representa la racionalidad, la idea de llevar al buen salvaje por el camino establecido, intentando demostrar que la civilización puede llegar a un hombre que lleva toda su vida entre la naturaleza, jugando con él como se juega con un ratón de pruebas, mientras que su amada Patricia Arquette sabotea su programa convencida de que el único bien que se le puede otorgar al salvaje es que siga mantenido su libertad y no acabe por corromperse por la sociedad. Miranda Otto, la otra piedra angular de esta disparatada obra, simplemente intenta ascender entre mentiras y falsas promesas, es la ayudante científica corrompida. Todos se ven trastocados por el salvaje, un gran Rhys Ifans, que evoluciona tocando todos los palos morales y hasta antropológicos por habidos y por haber.
Su clara propuesta por evitar la pomposidad y su huida constante por tomarse a si misma en serio, no hace más que sumar puntos a una obra que la ligereza y la ironía le sientan de maravilla.
Divertida y sencilla, su trama está llena de lagunas y giros de guión que casi hacen derrapar a los personajes. Sí, puede que sea una obra imperfecta, pero ninguno de sus creadores intentaban hacer la gran obra de sus vidas, y precisamente por ello, la cosa les sale estupendamente.
Me encanta ese final, donde el buen salvaje juega las cartas que la sociedad le ha enseñado. No gana ni la civilización ni la libertad, tan sólo el márqueting, las mentiras y el sexo primitivo. La humanidad actual en todo su esplendor.