La pérdida de un ser querido es, en cierto modo, un ritual (más allá de religiones). Todos tenemos que pasar por ese proceso de una forma u otra, pero durante el mismo se repiten ciertas situaciones y pensamientos. Incluso hacia su final, cuando es importante que el finado se haya muerto con gente presente a su alrededor. Recuerdo que cuando murió mi abuelo, en una cama de hospital con alta dosis de morfina, sus nietos y una de sus hijas estuvimos a su lado en el momento (lo notamos porque se sintió un suspiro y el silencio). Mi madre, la hija que faltaba, acababa de salir de la habitación para comprar algo de picar y se enteró al volver. Nuestra reacción ante el fallecimiento fue tranquila y más o menos relajada; la de ella no. Al final la conseguimos calmar con la certeza de que su padre no había sufrido, aunque ella ya lo sabía. Después, uno por uno todos fueron a abrazarle menos yo. Yo no podía.
Y lo que hace Nanni Moretti en Mia madre es llevar su experiencia personal ante el fallecimiento de su madre (y previa enfermedad) a la pantalla, donde, en base a esas costumbres adquiridas entre humanos frente a una posible pérdida de un familiar o ser querido, encontramos muchas realidades en común. Pero no sólo eso. Porque si llega el momento de decir adiós a un padre o a una madre, es algo más; son esa guía y protección que de adultos pensamos no necesitar y cuya desaparición concentra grandes desazones en nuestro interior. Aunque el director italiano no nos habla sólo de la madre, también lo hace de todo lo que hay alrededor durante esos momentos: los amigos, la familia y el trabajo. Usando para ello cambios de registro todo el tiempo, haciendo pasar su film por un producto más ameno y más fácil de digerir (mucho más natural).
Y mira que no es fácil equilibrar en estos casos cada parte, pero aquí la cosa le ha salido bien. No se puede negar que a Moretti se le da bastante bien la pérdida. Es un género, el drama, en el que parece estar bastante cómodo. Se desenvuelve con naturalidad, tanto en escena como detrás de ella. Es un tipo que sabe cómo convertir momentos aparentemente anodinos de la vida en instantes especiales que como espectador te llegan dentro (porque en tu vida también suelen ser un poco más profundos). Da igual si no son más que sueños, recuerdos que permanecían olvidados o reencuentros con tus hijos. El italiano impregna el drama con leves briznas de comedia muy sutiles, aunque a veces quieres entrar más en su desdicha y no te deja, que es el verdadero drama. Para hacer de este equilibrio algo posible, cuenta con Margherita Buy y John Turturro, entre otros. Turturro demuestra una vez más su habilidad para ser un tipo serio pero histriónico creíble, mientras Buy hace de la sobriedad una virtud enorme. Su rostro expresa más de lo que cualquier clase de aspaviento haría. Sabes lo qué está pasando por la mente de esa mujer, y eso es mucho en una cinta como esta.
Nanni Moretti ha realizado un film pequeño y humilde, tan humilde como debe ser un homenaje o una dedicatoria a otra persona, pero también honesto, como suelen hacerse las cosas cuando son sentidas de verdad. Porque en la pérdida y su ritual hay otra cosa: la culpa. Moretti parece sentirse culpable por algunas cosas (o así lo hace su alter-ego femenino), aunque no de forma especialmente exacerbada. Él seguramente sí abrazó a su madre una vez muerta, pero no todo en la vida es eso, ni en la muerte.