El propósito de Mia Hansen-Løve, a lo largo de su ya consolidada trayectoria, es siempre, de alguna manera, usar su posición como directora como filtro emocional. Su interés máximo es ejercer de espectadora ‹vouyeur› de las situaciones, sin mostrar exceso de empatía por sus personajes, y buscar la mejor manera así de que la emoción de la propia historia llegue “libre” de impurezas.
El entrecomillado no es de ninguna manera gratuito: una cosa es la voluntad de objetivizar, y otra bien distinta el resultado. Y es que el adoptar una posición, aunque sea la de invisibilidad, ya condiciona de por sí el resultado final de lo que transita ante nuestra mirada. En el caso de Hansen-Løve suele desembocar en una cierta frialdad, o si se quiere desapasionamiento respecto a los sucesos que trufan su filmografía (quizás con la única de excepción de Un amour de jeunesse, donde hay un tono más cálido en su aproximación). Algo también posiblemente motivado por un exceso de respeto que siente la directora por sus propias historias; al fin y al cabo siempre, como ella misma ha explicado al respecto, suelen basarse libremente en personajes reales.
Le père de mes enfants no es ninguna excepción al retratar o mejor dicho inspirarse en la vida del actor/productor francés Humbert Balsan. Y cómo no, encontramos en esta bajada a los infiernos del personaje, esa distancia emocional a la que nos referíamos. Sin embargo, lejos de ser un ‹handicap›, este recurso sirve perfectamente a los intereses narrativos del film, porque esa frialdad no es la que imprime Hansen-Løve en sus ‹travellings›, y la falta de agobio no es la resultante de los espacios diáfanos en que se retrata a los protagonistas, no. Todo ello no son más que recursos que hacen más sorpresivo el clímax intermedio y dan paso al volcanismo emocional posterior.
Todo ello, este díptico especular, se construye para que nosotros, como espectadores entendamos que la frialdad estaba no en nuestros ojos si no en las entrañas del protagonista, un hombre absorto por su trabajo, agobiado por el mismo y por su incapacidad de resolver sus compromisos familiares. Su actitud más y más taciturna en lo individual y esforzada en la querencia por su mujer e hijos nos revelan el infierno que ha sido incapaz de transmitir y por ende revelan y explican (que no justifican) el acto cometido.
Es pues en la segunda parte del film donde Hansen-Løve permite dar cierta rienda suelta a las emociones, aunque sin caer en tremendismos. Se trata más bien de un segundo acto de duelo, resurgimiento y resurrección de aires marcadamente femeninos. Sí, porque aunque las riendas pasan a manos de la mujer del protagonista consiguiendo además solucionar los problemas creados por él, no estamos en ningún momento ante una reivindicación feminista a través del desprecio o la comparación de la impotencia masculina.
No, Le père de mes enfants, es un tratado sobre la gestión emocional, una especie de doble vidrio situacional donde Hansen-Løve nos muestra dos versiones de una misma historia y de como las individualidades más allá del género son las decisivas a la hora de afrontar ciertos acontecimientos. Sí, el carácter personal está presente, pero también de forma sutil y efectiva se refuerza esa idea de bisagra bien engrasada que resulta una familia cuando hay comunicación. Sí, este es posiblemente un film de digestión lenta (que no pesada) que resulta más estimulante en su paladeo que en su ingestión y que consigue hacer una mezcla de cada uno de sus, aparentemente sencillos, ingredientes para llegar a un combinado agridulce y al mismo tiempo bello, doloroso, aleccionador y positivo, complejo.