Mi vida a lo grande (Kristina Dufková)

Basado en la novela de Mikaël Ollivier, el primer largometraje en solitario de la animadora checa Kristina Dufková explora las presiones de la preadolescencia a través de Ben Pipetka, un niño que está entrando en la pubertad y que pasa el tiempo componiendo música en una banda junto a sus amigos. A raíz de una revisión médica, se ve obligado a hacer dieta y adquiere una consciencia fuerte sobre su propio cuerpo. Al mismo tiempo, una niña nueva, de la que se enamora, ha llegado al instituto; pero entre ella y Ben se interponen unos ‹bullys› que la tienen tomada con él por su aspecto.

El caldo de cultivo resultante, debido a todas las variables introducidas, puede parecer denso, pero uno de los grandes aciertos de Mi vida a lo grande es que, pese a tratar la obesidad como el hilo central, la personalidad social y familiar de Ben tiene diversas facetas que no se reducen a la obsesión con el peso y el aspecto físico, sino que inevitablemente terminan contaminadas por esta cuando la preocupación va tomando gradualmente su cabeza. De una forma que parece incluso chocante en una película que trata este tema, Ben proyecta durante buena parte de la misma extroversión y seguridad en sí mismo, con unas dimensiones creativas y sarcásticas con las que parece tener las herramientas adecuadas para gestionar sus propias inseguridades, con un círculo pequeño pero muy sólido de amigos y una actitud proactiva hacia su querida Klara, quien le valora mucho como amigo. La manera en la que la autoconsciencia sobre su propia imagen mella su capacidad de interactuar con los demás no está ahí desde un principio y no es un proceso mental inmediato, sino que el espectador sigue paso a paso cómo se va desmontando esta proyección y el personaje se va aislando cada vez más del resto, comenzando por sus amistades y su entorno escolar y llegando finalmente al núcleo familiar.

Por otro lado, el buen tino que tiene esta cinta al abordar los procesos que sufre el protagonista desde la gradualidad no quita que su tratamiento de los temas no sea, como poco, complicado y discutible, dando la sensación en ocasiones de que confía demasiado en una representación estereotipada y tremendista o de que, sobre todo de cara a la resolución de los problemas del protagonista, recurra a estrategias conciliadoras que se pueden ver demasiado idealistas o alejadas de la realidad. Hay también un cierto tono inevitable de exhibición de su situación emocional que alcanza lo grotesco en algunas secuencias oníricas, lo cual tal vez ha contribuido a que algunos hayan interpretado su mensaje con tintes marcadamente gordofóbicos y que no creo que la película haga un esfuerzo lo suficientemente grande por evitar. Viéndola, me da la sensación de que se mezclan sensibilidades modernas y dignas de aplauso, como la manera en que se traza la personalidad de Ben y la complejidad de sus relaciones, con un tono ramplón y descuidado en términos representativos que uno esperaría encontrar en una comedia de instituto de los años 80.

A nivel de sus temas y la forma de representarlos, Mi vida a lo grande termina siendo tan acertada como frustrante; pero, de un modo o de otro, siempre es interesante y refleja no solo unas intenciones en último término impecables, sino la complejidad para tratarlos a través de la ficción cuando el marco de referencia es una mezcla de prejuicios narrativos heredados y de enfoques nuevos que todavía cuesta llevar de lo teórico a la interiorización práctica. Particularmente, creo que una de las carencias más fascinantes es la falta de un discurso contundente frente a la victimización del cuerpo de Ben; la cinta juega mucho al término medio “racional”, el de observar la dieta como una obligación moral dada su obesidad y ensalzar sus esfuerzos al mismo tiempo que advierte de los peligros de presionarle y obsesionarle con alcanzar la figura ideal. Hay un mensaje muy loable aquí sobre la autoaceptación y la validez de todos los cuerpos, engarzado con el discurso de siempre que tiende a observar algunos de ellos como enfermos y con un cierto sentido común que valora el sacrificio y la disciplina en favor de alcanzar un cuerpo normativo, y que es especialmente sangrante si el protagonista es un hervidero preadolescente de hormonas e inseguridades.

Mi vida a lo grande es siempre, por lo mencionado, bastante debatible desde sus enfoques, pero a nivel visual demuestra un oficio fuera de toda duda y una capacidad expresiva muy pulida en los diseños de personajes y los gestos que demuestran el excelente estado de salud del ‹stop motion› checo. Por ello, más allá de las reticencias que tengo con su tono y enfoque, el resultado es siempre invariablemente llamativo y admirable en ese sentido, y provoca que la cinta se vea, como experiencia, sin duda más sólida y memorable de lo que sus posiciones narrativas erráticas podrían prever.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *