A la hora de hablar de temas como la anorexia o la bulimia es necesario no caer en el error de pensar que son trastornos fácilmente tratables, como desgraciadamente muchas veces hemos tenido ocasión de escuchar. Al tratarse de problemas psicológicos y no físicos, es frecuente que cierta gente considere que no hay base médica o incluso que son un cuento chino (como también sucede, por ejemplo, con la depresión), cuando la realidad está bien lejos de semejante enfoque, ya que pueden poner en serio peligro la vida de la persona. Además, si estas alteraciones de la conducta alimenticia están desencadenadas por la exigencia de la práctica deportiva, el problema es aún mayor
Algo así es lo que le sucede a Katja, una joven sueca que está entrenando duramente para seguir mejorando en aquello que se le da mejor: el patinaje artístico. Su familia la adora, su hermana Stella la idolatra, su entrenador la respeta profundamente y ninguno de ellos le insufla una especial presión. Sin embargo, Katja sabe que el patinaje es su vida y tiene que continuar con su progresión, para lo cual toma la errónea decisión de alterar su régimen de comidas. La bulimia se apodera de su día a día y provoca serios contratiempos a su salud que sólo su querida hermana alcanzará a conocer realmente.
Mi «perfecta» hermana (Min lilla syster) es una cinta dirigida y escrita por Sanna Lenken (que en su exitoso cortometraje Hora de comer ya analizaba un asunto similar) con el objetivo de proporcionar un acercamiento a un problema que durante la pasada década conocimos más de cerca, aunque su práctica en los países desarrollados pueda llevar realizándose desde hace bastante más tiempo. El protagonismo recae en Stella, la hermana pequeña a través de la que vamos descubriendo el carácter y los problemas de Katja. Esto proporciona un punto de vista más inocente y tierno que si la cineasta hubiera optado por darle el rol protagónico a la propia Katja, en cuyo caso seguramente estaríamos hablando de una película totalmente diferente a la que podemos contemplar aquí.
Con una narración cruda pero muy natural, Lenken no fuerza las situaciones dramáticas hasta llevarlas a un punto que pudiera desprenderlas de su realismo, sino que prefiere acercarse poco a poco a la pesadilla bulímica que, si bien es padecida por Katja, son sus seres queridos quienes realmente sufren su trastorno al no saber (o querer) reaccionar adecuadamente. Esto se muestra a la perfección en ciertos detalles como las confidencias fraternales o, de una forma más amplia, en la ambigua relación que la propia Katja mantiene con su técnico. El acierto de Mi «perfecta» hermana es desarrollar con buen tacto la personalidad de ambas hermanas, cuyo carácter al principio podría ser fácil de rechazar por su marcado tono adolescente pero que progresivamente, y gracias también en parte al trabajo interpretativo, van empatizando con en el espectador.
Todo ello culmina en un desenlace poco menos que excelente, persiguiendo esa línea realista y alejada de lo grotescamente dramático. Un aspecto que aquí cobra una relevancia si cabe aún mayor que en otros films, ya que cerrar esta historia de una manera inadecuada habría dado al traste con la credibilidad de la misma. Pero Lenken demuestra poseer una especial habilidad para narrar esta clase de padecimientos y Mi «perfecta» hermana termina por convertirse en una buena crónica sobre los trastornos bulímicos, un documento audiovisual que seguramente calaría mucho más entre el sector adolescente que las aburridas y repetitivas charlas que periódicamente se ofrecen en los colegios con la muy loable intención de frenar un problema más que serio.