¡Ay! No sé.
Me quedé con el lado entrañable del asunto cuando había tantos caminos por los que tirar. En la caja de recortables metí a Carlos Vermut, la abuela de Dídac y los gatos (sin intención alguna de probar una vez más la teoría del gato vivo/gato muerto con dos testigos de excepción y unas peligrosas tijeras).
Entiendo poco de estructuras, pero la de Mi loco Erasmus está perfeccionada dentro del descontrol en el que nos sumerge. Este falso documental atraviesa por demasiadas etapas donde sus personajes no están tan “p’allá” como puede parecer a simple vista. Personajes, en plural, porque está Dídac Alcazar con su estilo creacional, algo que va más allá del consabido artista multimedia y de fondo vemos el estigma de los estudiantes Erasmus entre apariciones estelares de los allegados opinantes.
Aquí tratamos con el cine dentro del cine en pleno proceso de involución, donde la película absoluta que crece en la mente del director no conecta con los métodos discursivos habituales, bueno, eso de crear nubes perfectas en tu cerebro que cuando salen de tu boca parecen arbustos y nadie te comprende. Lo que le pasa a cualquiera de vez en cuando, pero con financiación.
El ‹mockumentary› es un invento fabuloso para conectar con la mediocridad de todos, pero este es especial, nos transporta al mundo de Dídac, a las imágenes que forman parte de los referentes estudiantiles que camuflan el documental, a los comentarios externos sobre el señor documentado y todo se convierte en un ‹in&out› hacia la cabecita loca principal. Esto se adereza con incursiones a las pantallas, que se llevan detrás su propio homenaje a cuestas, donde el mundo 2.0 es el medio para comunicarnos lugares, vídeos festivos y perfiles personales; en definitiva, un paseo por la nueva generación amarrada a redes sociales que comparte más de lo que le interesa. Algo de manualidad también encontramos, no hay que olvidar esos dibujos que forman parte del lado infernal y creativo en el que monos y ciudades se visten de rojo.
Lo que comienza con un creador con una idea que sacar adelante va camino de convertirse en un personaje propio de documentales de Werner Herzog hasta el punto de esperar que en cualquier momento se persone y tire todos los papeles al suelo para que parezca que alguien pone orden. En este caos se crea la zona cómoda en la que se mueve un artista que más allá de sentirse frustrado, sigue creando en contra de los visos de realidad que ha perdido por el camino. Porque realidad y ficción se funden en algún momento inconcreto por lo que si nos lo confirmasen nos creeríamos a pies juntilla todo lo que ocurre, aunque la idea sea utilizar un humor estiloso y trabajado que percibe su propio nombre y se arriesga en todo momento. Y Dídac, el genio absoluto (sin intención alguna de desmerecer este fogonazo creado por Carlo Padial), se queda solo, me sirve como metáfora y como frase textual, acompañarle se convierte en una experiencia extrema y peligrosa, estilo Al filo de lo imposible, como asomarse a un precipicio y echarse a reír, enajenación absoluta o falta de oxígeno, un poco de cada.
Pero todo forma parte del mismo extravagante método en el que muchos frentes abiertos nos dan una imagen de la imagen que genera la imagen, no sé si queda claro, que llegando el momento de creer en el documental que documenta las ideas documentadas del documentador todos nos perdemos y nos vamos de fiesta con los Erasmus que tienen poco de interesante pero que parece que borrachos se lo pasan bien.
Sí, ¿verdad? ¡Ay! No sé.