El rumano Alexandru Belc, proveniente del documental, presenta Metronom, un debut en la ficción cuya historia nos lleva directamente a los inicios de la década de los 70. Época de cambios y enclave hoy estandarizado como una especie de inicio de la era moderna, en la que la juventud ansiaba la libertad ante los estertores pasados de opresión y conservadurismo. Belc tira de localismo para estudiar los principios del citado decenio en su Rumanía natal, tiempos en los que el despotismo de la autoridad chocaba frontalmente con una generación adolescente en plena ebullición de ideales. No es sorpresa el conocer que Belc tenía como primigenia idea de este proyecto el realizar un documental sobre esta diatriba, cristalizando finalmente en una ficción documentada en testimonios reales. El film acabaría colándose en la sección Un certain regad de Cannes, llevándose el premio a la mejor dirección.
Metronom se centra en una joven estudiante de un férreo instituto cuya pareja está a punto de abandonar el país. Por ello, deciden pasar unos últimos días juntos. Ubicando el desarrollo de su relación en un núcleo estudiantil, los jóvenes disfrutan de unas jornadas de festividad clandestina que tiene como detonante la escucha del programa Metronom de la Radio Free Europe, espacio radiofónico con organización estadounidense y con el claro objetivo de subvertir la ideología comunista imperante en la Europa del Este. Tan importante es esta diatriba que el cineasta rumano dedica buena parte del primer acto de la historia en dotar de capas la escena que lo detonará todo: una fiesta en la que los jóvenes se dejan llevar por la psicodelia musical de Metronom (suena desde Jimmy Hendrix hasta la versión original del Light my Fire de los Doors), todo un concepto de secuencia que se convirtió en un tropo en el Hollywood de los 70, con una nueva generación descubriendo el libertinaje, el éxtasis creativo, e incluso las ansias del cambio de un orden mundial que podría estar cerca. Lejos del estado socio-político de los Estado Unidos de aquel momento, tal instaurado en el imaginario popular por su enorme peso cultural, Belc muestra el éxtasis estudiantil de una manera un tanto más lúgubre, con el ojo puesto en la sombra de la dictadura del momento. No abusando del delirio, pero sí bajo un retrato adolescente expuesto en una secuencia muy bien planificada, se orquesta al milímetro el momento más trascendental de su narrativa.
La introspectiva revuelta estudiantil tiene su respuesta en la actuación de las autoridades. Como un mecanismo de fricción Belc deriva el tono de la película con unas capas más oscuras; la policía entra en acción instigando a los jóvenes a confesar su acto de rebelión, especialmente en Ana, núcleo protagonista, que además vive como su compañero sentimental ha desaparecido durante el proceso. Especialmente relevante es esta parte de la narración, que aunque caiga en el tópico del detenido con negativa a colaborar por su lealtad a la camaradería, tiene unos aciertos que merece la pena comentar: el tono, lejos de caer en la violencia gratuita, contiene las suficientes trazas para realizar un desamparado retrato de la opresión; lo aciago de los acontecimientos se impulsa por la sombría cromática, entre lo nebuloso y lo confuso, que va dominando la narración. Esta, sosegada, tiene una delicada función que parece incluso aludir al título del programa de radio, y por extensión de la película; avanza paso a paso en sus maneras para definir el contexto, situar la amenaza como un perfecto andamiaje para la instigación y la hostilidad incesante como medio de franquear al pétreo reducto adolescente interpretado por Ana, sobriamente interpretada por Mara Burgarin.
Si bien pudiera despistar la gradual forma en la que la película arranca, sus armas conceptuales no son difíciles de adivinar. No obstante, y dando por hecho de la veracidad del retrato teniendo en cuenta las bases que Belc escogió para dar forma a este drama parsimonioso y rígido, Metronom es una película que no se preocupa en posicionarse; haciendo un guiño a los orígenes de su autor en el documental, la cinta adquiere una postura contemplativa ante este episodio, donde dentro de la idiosincrasia adolescente afloran unas maneras subversivas ante la tiranía del conservadurismo más déspota. El paso de Belc a la ficción le confirma como un autor muy a tener en cuenta, dominando aquí herramientas básicas como el tempo, la concepción escénica y la construcción de unas capas bajo maneras sutilmente inmersivas.