La pantalla en negro, igual que el lienzo en blanco de los pintores. La sala a oscuras, hasta que unos títulos se sobre impresionan o una voz en off introduce la película. Esta es el comienzo de muchos films presentados a concurso en el certamen de DocumentaMadrid, actualmente el segundo Festival de Cine más veterano en Madrid, con permiso de los extintos Semana de Cine Experimental; El Imagfic, pendiente de renovarse; o el más lozano, FilMadrid.
Andrea Guzmán y Félix Varela han dirigido un equipo muy entregado en la programación, producción, comunicación y buen desarrollo de las proyecciones. El latido del Festival se percibe cuando en la sala puedes ver entre los espectadores a los directores de largos y cortos a competición. O incluso a Ross McElwee, cineasta del que se proyectó una retrospectiva completa. También al mexicano Pedro González Rubio, director de Antígona, la obra que inauguró los diez días de certamen. Un film que, como bien sugirió el compañero de letras Julio Vallejo Herán en el coloquio posterior a la apertura, sintetiza las propuestas incluidas en las secciones del programa, por el punto de vista femenino dentro del grupo de estudiantes que lo protagonizan, además del empuje social, emergente, tal vez urgente.
Esa urgencia y representación social, motivadas por la injusticia política, económica o institucional en España, Brasil, Siria y otros países, se ha visto respaldada con los premios a O processo, acerca de la destitución de Dilma Rousseff. La grieta, con los desahucios que afectan a miles de personas. La guerra en países de oriente medio, la transexualidad y la desigualdad de género también se abordaron en menciones y otros galardones como fueron los de Of Fathers and Sons, Bixa Travesty y Todálas mulleres que coñezo. Por fortuna esa desigualdad no aparece en unas secciones y retrospectivas con tantas directoras como directores, además de técnicas en los equipos de sus films, un hecho positivo que ojalá no sea tendencia, sino una constante en próximas ediciones.
En cuanto a tendencias, además del uso inicial de la pantalla en negro como punto de partida, hay tres constantes que se cruzan y propagan por muchos de los largometrajes seleccionados.
El archivo familiar es el motor de gran parte de las historias. Es decir, las películas domésticas en distintos formatos semiprofesionales, súper 8, 16 mm. O las cintas de video y los álbumes fotográficos. Una cantidad ingente de material que origina y da forma completa a trabajos como Ainhoa: Yo no soy esa. También son registros que vertebran el sentido de acercamientos al olvido como el de El señor Liberto y los pequeños placeres. Mención aparte merece un empleo escalofriante de las imágenes de dos hermanos japoneses durante su niñez en Caniba. Y sin ese matiz familiar el uso de los videos de un censo de población en el barrio marginal de Medellín que retrata la colombiana Cartucho. O las de la llegada de Goran Ivanisevic a su ciudad en Playing Men.
Sobre otro material de archivo previo, ya dentro del cine y reportaje profesional, se vehiculan films como Blue Orchids, efectuado a partir de entrevistas y noticiarios de televisión. The Green Fog, un puzle formado por planos de muchas películas que se desarrollaron en San Francisco. Una pequeña parte de The Lonely Battle of Thomas Reid. Imágenes antiguas, tanto fotos como escenas mudas en Purge this Land.
La insistencia de los cineastas en incorporarse como sujeto, argumento, conductor y desarrollo del propio film. Desde mi percepción funciona mejor cuando conduce pero no condiciona el film, algo que sucede de forma ejemplar en Purge this Land con su directora como narradora. Everyone in Hawaii has a Sixpack Already con el realizador que acompaña de testigo, pero no se inmiscuye en la acción. Mismo papel de observadores, en el caso de Ana Serret en El señor Liberto y los pequeños placeres. También de Joseph Gordillo en Mes voisins, chronique d’une élection. Por el contrario, esta aparición en pantalla resulta de una forma válida para sus resultados cómicos en Playing Men, con un realizador que aparece, duda y narra sin pudor. O dramática en Ainhoa: Yo no soy esa, un film modélico que parte de material ya rodado y otro recreado por animaciones, pero despista cuando entra en escena la realizadora buscando su paralelismo vital a la protagonista.
En DocumentaMadrid se plantea la duración de cuarenta y cinco minutos para competir como largometraje. Tal vez sea un arma de doble filo después de asistir a películas que hubieran resultado más accesibles o convincentes con una depuración de su metraje, como es el caso de Escoréu, 24 d´avientu de 1937, una propuesta prometedora pero que naufraga al no abreviarse a una duración de cortometraje. Algo similar sucede con el tempo, necesario para su desarrollo, pero inmóvil para el espectador en la mencionada El señor Liberto y los pequeños placeres. Y la morosidad narrativa de Room for a Man, esclava en su lentitud hasta quitar valor al final de su metraje. Ritmos lentos pueden parecer los de La cueva del mundo o Purge this Land. Lo cierto es que sus planos tienen una duración superior a la media del cine corriente. Pero esa velocidad está motivada por las imágenes extraordinarias en el caso de la producción china. O por la música y el sonido que completan, además de componer la experiencia sensitiva en los dos casos.
Por último se pueden comentar films que, aunque terminados, tienen más aspecto de ser trabajos en desarrollo, procesos en construcción. No solo por resultar inacabados en su resolución o interrumpidos con alevosía por sus autores. Sino que parecen formar parte de un film mayor anterior, como es el ejemplo de Blue Orchids de Johan Grimonprez, que proviene de su propio largo Shadow World. O la suspensión de la croata eslovena, Playing Men. Y la falta de concreción final de Becoming Animal, algo perdida en su filosofía. Este aspecto de producción en desarrollo beneficia a la gallega Todálas mulleres que coñezo, gracias al debate que propicia.
De todas formas, esta variedad de procedencias, mezclas genéricas y temáticas, enriquece un festival que se perfila como uno de los más importantes en nuestro país, no solo por su especialidad documental, sino por su eclecticismo cinematográfico y la oportunidad de asistir a los coloquios posteriores con los responsables de las películas.