Cuando un hombre de menos de 30 años se encarga del guión, la fotografía y el sonido, y la produce además una película, es porque tiene muy clara la historia que va a contar y la manera de hacerlo. Sebastian Mez nos propone en Metamorphosen más una denuncia que una película, que analiza el impacto que tiene la radioactividad en los Urales del Sur. Una región no muy distante del lugar más contaminado de la Tierra, el Lago Karachay.
En plena época de la Guerra Fría, cuando la Unión Soviética no destacaba precisamente por su transparencia, la central nuclear Mayak sufrió varios incidentes que esparcieron la radioactividad por la región circundante. Un territorio habitado, cuyas gentes están expuestas al peligro radioactivo. Mez denuncia este hecho, las personas que viven como cobayas, para ver como responden generación tras generación a los altos niveles radioactivos.
La película, contada en riguroso blanco y negro, nos deja ver la punta del iceberg, nos da un pequeño repaso de la zona, de sus habitantes. La falta de color, los planos fijos y largos, los silencios, que tienen mucho peso en lo que se cuenta, la convierten en una película de naturaleza distante, deshumanizada incluso. Se registra una situación que va cambiando poco a poco, aunque parezca que nada cambia. Como dicen en algún momento, a todo el mundo le asusta la radiación, pero es inodora. No se nota. No afecta en el día a día.
No obstante, en los paisajes de la zona, en los problemas y taras físicos que va teniendo esa gente a la que Mez le dedica unos minutos en la gran pantalla, confirman que si que va habiendo un deterioro progresivo. Se pretende dejar constancia de su historia antes de que las cosas vayan a peor. Las últimas imágenes, con los rostros de los diversos personajes filmados enfocados en primer plano, manteniendo un cara a cara con el espectador, no dejarán indiferente a nadie.
De película deshumanizada pasa a ser una película completamente humanista, con urgencia por explorar una realidad que, sin molestar cotidianamente, degrada paulatinamente y de forma invisible.
Aunque sin duda la historia no deja de ser impactante, es cierto que para el espectador medio puede tratarse de una película complicada. El director cuenta esencialmente lo que quiere contar y a su estilo. El cuidado y el mimo técnico que se desprende en cada segundo de la película pueden pasar desapercibidos, pero no hay duda de que se trata de un trabajo excelente de alguien que entiende de cine. Y si es necesario hacer un silencio largo, se hace. O si es necesario mantener un ruido molesto para ayudar a fomentar el impacto de lo que se cuenta y hacer que el espectador se remueva incómodo en su silla, se hace.
También se debería prestar atención a la denuncia medioambiental que lleva implícita, sobre todo en esos momentos de filmación de los trabajadores ecologistas que buscan salvar un sitio tan contaminado, haciendo un trabajo infatigable que, probablemente, acaben perdiendo. La defensa que se realiza en pocas palabras del medio natural resulta impecable, sutil, muy efectista. Pero es que la película anda sobrada de sutilezas y de cosas no dichas que quedan en el aire.
Por desgracia, esta película acabará siendo calificada como un cultismo, una frikada, algo poco interesante. No obstante, un trabajo tan cuidado y con tanto esmero como el hecho por Mez no debería quedarse en ser carne de festivales y ciclos de cine. Una obra para recordar, y para aprender sobre el trabajo en la gran pantalla.