Una página en blanco. Así es como afronta Ilie, un policía que se presume como la autoridad máxima del lugar en un pequeño pueblo, el que asume como el que será su nuevo periplo vital si consigue vender un apartamento en una planta baja y con ello invertir en un terreno para poder disponer de un huerto. Escasas pretensiones para un lugar cuyas posibilidades se antojan también, para qué mentir, escasas. Pero las aspiraciones del protagonista no pasan ni mucho menos por llegar a un punto inasumible en condiciones normales, y pese a la insistencia de su hermano por ambicionar algo mejor, Ilie se aleja de cuantos escaparates puedan aparecer en forma de sueño anhelado; tampoco es que estos se den cita ante él, pero los rechaza de raíz, en busca de una tranquilidad que se presume factible en ese pequeño pueblecito donde, como mandan los cánones del género, nunca pasa nada.
Paul Negoescu, si bien familiarizado con una comedia que ya explotó en cintas como Two Lottery Tickets, nos sitúa en el ya conocido terreno del thriller rural: pronto se atisba en Men of Deeds la huella que compone todo paisaje agreste presto a cualquier tinte humorístico que se precie, y el cineasta lo esboza rellenando los huecos de ‹rednecks›, ya sea en cualquier situación cotidiana o en una pelea que asoma en un juego focal mientras el protagonista interacciona con otro personaje. Entre esa labor como despreocupada autoridad local —algo que se vislumbrará cuando una lugareña se persone para realizar una denuncia y él la trate incluso con algo de desdén—, desde la que reubicar pescadores furtivos y despistados, Ilie topará con la llegada de un nuevo compañero que viene de la ciudad y está dispuesto a despertar alguna conciencia pueblerina, aunque ni el protagonista ni el propio director estén mucho por la labor: en el lugar reina la tranquilidad, y un accidente, por grave que sea, no puede alterarla.
El autor de A Month in Thailand sorprende, no obstante, otorgando un trasfondo distinto a Ilie, que queda reforzado por la actuación de un certero Iulian Postelnicu: la mirada desviada, mientras habla con su hermano acerca de la venta de esa propiedad y de los problemas que parece sostener su ex-pareja, indican el peso de un pasado que le intranquiliza y no le permite avanzar cómodamente, por más que tenga claros sus objetivos y no vayan a desviarse por nada. Men of Deeds refleja toda esa inquietud presente en el devenir de Ilie desde diálogos que no solo otorgan forma a su carácter, humanizan asimismo un personaje sin grandes ambiciones, pero en busca de una nueva vida desde la que trazar un periplo, cuanto menos distinto.
Todo queda reforzado desde una comicidad tenue que da diestras pinceladas sobre ese lienzo que se presenta en forma de atípico ecosistema a través de la mirada a ese pueblo, pero siempre sobrepasado por una violencia que se presenta en pequeños estímulos, pero que a medida que avanza el relato cobra mayor gravedad. Una señal inequívoca, que si bien permanece ajena a la retroalimentación del microcosmos retratado por Negoescu, se va imponiendo en el lugar, incluso cuando todas las piezas apuntan hacia otro lugar: ese donde el conflicto se resuelve a partir de una mediación tácita, de la que se pueden desprender muchas conclusiones pero ante la que todos aceptan y callan ante la posibilidad de quebrar el sosiego que reina en el pueblo.
Men of Deeds plantea mediante ese pacto establecido por Ilie una disyuntiva tan reveladora como incómoda, donde sus deseos chocan con un código moral, con un deber, que él minimiza casi sin quererlo. No obstante, Negoescu, conocedor del terreno en el que se mueve, no renuncia a un estallido final inherente al género, una explosión que habla por sí sola y pone las cosas en su lugar, pero ante todo deja una de las estampas más memorables del film: la de ese policía, al fin enfundado adecuadamente en su uniforme de trabajo, afrontando una realidad desagradable desafiando lo agreste en un último gesto cuya resolución quizá no sorprenda, pero cuanto menos dibuja un ejercicio donde no todo terminan siendo meros instrumentos al servicio del género.
Larga vida a la nueva carne.