El foco sobre la amenaza masculina
La Quincena de Realizadores del Festival de Cannes no deja de obsequiarnos con un encomiable desfile de talentos, delante y detrás de cámaras. En esta ocasión, Alex Garland, una de las mentes más ingeniosas para leer el presente y las derivas de la ciencia ficción, ha confeccionado una película ensombrecida y contundente, que pone la plasticidad y la nitidez del digital al servicio de la construcción del suspense. No obstante, Men es más una cinta de terror que de ciencia ficción, y que de forma análoga a películas coetáneas como El hombre invisible, emplea los recursos del género para desmitificar y desmenuzar algunos arquetipos asociados a la masculinidad.
Cabe recordar que Garland es el director de Ex Machina, Annihilation y la serie televisiva Devs, tres de las piezas más significativas en lo que respecta a pensar la inteligencia artificial y la otredad alienígena a través de las imágenes. Algunos temas que rodean su escueta pero irreprochable filmografía giran en torno a la relación entre el individuo y la máquina a través de la memoria, el sentimiento de comunidad o el contacto con lo desconocido desde una perspectiva tecnológica o poshumana.
En esta nueva entrega, sin embargo, ha querido recorrer otro camino y le ha salido algo francamente interesante e impactante, pero también anómalo. Para unos tiempos que se corresponden con la visibilización y la condena de los comportamientos machistas que sofocan a nuestra sociedad, Men puede ser una película estandarte, claramente influida por la serie antológica The Twilight Zone. Desde la perspectiva formalista, el director trabaja la puesta en escena de un modo muy marcado, contrastando colores como el verde, que pertenece al bosque, o el rojo, que tiñe las paredes del interior de la casa de la campiña inglesa donde se hospeda la protagonista. No olvidemos que esta es la historia de una mujer que ha perdido a su marido, un hombre impulsivo y maltratador, y se traslada unos días lejos de la civilización para poder lidiar con sus fantasmas. No obstante, empezará a sufrir extrañas alucinaciones que pondrán en duda su cordura.
En ese sentido, Men se rige por un andamiaje narrativo que procura no poner el mensaje en primer plano, y la dirección de Garland, efectiva pero complaciente, logra coger por el pescuezo al espectador. Si bien lo encamina hacia lo que podríamos detectar como una denuncia, la utilización del humor y la visceralidad ejercen de freno. Este primero es uno de los lastres del film, que se antoja autoimpuesto, devoto de la ironía posmoderna o la parodia involuntaria. Habría que preguntarse también por el grado de intencionalidad y conciencia tras las imágenes, si realmente el cineasta encaró la idea inicial hacia la comedia.
Lo más atrayente de la película, pensando en la visceralidad, es el clímax del tercer acto, que se propone subvertir una matriz antropológica femenina mediante un lúgubre juego que podríamos bautizar como una puesta en abismo del cuerpo. También es interesante la escena del túnel, con ese verde de las hojas y la hierba muy subrayado y la posible asociación del momento inicial con la caída y el azar de los primeros compases de Magnolia, de Paul Thomas Anderson. ¿Qué probabilidad hay de intercambiar una mirada o relacionarnos con alguien que está precipitándose por un edificio?
Jessie Buckley está espléndida en el papel protagonista. Una actriz que ya demostró su talento innato en cintas como Estoy pensando en dejarlo y La hija oscura, donde en ambas se muestra como una intérprete con una gran fortaleza interior y con gran habilidad para, a través de la concreción de los gestos y las expresiones faciales, exteriorizar las debilidades de sus personajes, o evidenciar los momentos en los que parece que cojan las riendas de una situación cuando en realidad es todo lo contrario.
Con Garland parece trabajar cómodamente, y este último aprovecha su robusta presencia para experimentar con el sonido y la plástica. Sin lugar a dudas, una película para tener en el punto de mira, con sus virtudes y defectos.