Memorias de un cuerpo que arde (Antonella Sudasassi Furniss)

Reconstruyendo una intimidad sexual generacional

No cabe duda. La incursión relativamente reciente de una considerable cantidad de mujeres en la producción cinematográfica está generando un progresivo cambio de paradigma en los fondos y las formas fílmicas del cine contemporáneo. Estas nuevas observadoras del mundo han encontrado desde detrás de una cámara además un mágico punto de conexión con el esquivo pero glorioso pasado del cine elaborado desde la mirada femenina. A partir de aquellas quijotescas pioneras del cine mudo, o incluso de alguna milagrosa ‹rara avis› del periodo clásico, hasta la gloriosa generación contracultural de los años sesenta y setenta del siglo pasado, hendida de reflexión feminista sobre la existencia y de experimentación transgresora respecto a las estrategias narrativas canónicas, un ‹corpus› fílmico plausible, potente, poético y visceral, toda una cosmovisión cultural y artística, ha salido al encuentro de unas jóvenes creadoras que aun no compartiendo muchas de las experiencias vitales más intrínsecamente castradoras de sus predecesoras, siguen ansiando una reconsideración del estado de las cosas desde el arte y desde el cine. Y además, afortunadamente, están en saludable disposición de ir más allá.

A esta ilusionante generación de directoras pertenece la costarricense Antonella Sudasassi Furniss, que ya dio buena cuenta de su posicionamiento creativo en su muy apreciable opera prima El despertar de las hormigas (2019), un delicado estudio de introspección femenina de reminiscencias “akermanianas” construido sobre la captura pausada del detalle y el instante concretos. Cinco años después regresa con un cautivador segundo largometraje, premiado por el público en la pasada Berlinale, que escala enteros de calidad en el ejercicio fílmico, a la vez que se conecta filosóficamente con su trabajo precedente.

Comienza Sudasassi Furniss por advertirnos blanco sobre negro que «Este film es la conversación que no tuve con mis abuelas». Y circunscrita a los estrechos confines del espacio de una vivienda corriente —nuevamente resulta inevitable rememorar a Jeanne Dielman—, desarrolla una narratividad híbrida entre la ficción y el documental, y sustentada en la disociación de la imagen y las voces superpuestas, que a mí me arrastra particularmente a la excepcional India Song de Marguerite Duras. Adviértase antes de continuar que me he referido a las voces en plural, porque una original singularidad de esta película es que Sudasassi Furniss hace uso de los testimonios grabados de las tres mujeres que iban a ilustrar inicialmente el film en un formato estrictamente documental, pero que finalmente rehusaron la presencia en pantalla, aunándolas en una única protagonista esencial —sin duda, toda una hermosa y combativa declaración de intenciones sobre la motivación integral y comunitaria del discurso de la autora—. Es así como Sudasassi Furniss decide darle al proyecto un vuelco formal radicalmente opuesto al previsto, manteniendo esos testimonios grabados, sus relatos confesores, pero ficcionando las vivencias relatadas utilizando actrices y disponiendo sus intervenciones de manera que la concreción en pantalla simule ser la de un único personaje.

Porque, ya lo he dicho, aquí lo que importa es la reconstrucción por medio de los recuerdos de un común denominador existencial en torno al desarrollo de la sexualidad de tres mujeres mayores de sesenta años, profundamente marcado por la represión patriarcal y específicamente judeo-cristiana. La intérprete principal, la mujer que contemplaremos durante la mayor parte del metraje (una maravillosa Sol Carballo) inaugura sus recuerdos con lo que parece una cierta satisfacción vital. Evoca divertida aquella primera experiencia sexual del caramelo compartido que recibió secretamente de un primer amante infantil, un beso en la distancia, un intercambio de saliva, o la primera masturbación compartida en la oscuridad de una sala de cine, y retorna a la mujer del presente mientras se ducha y reflexiona sobre el miedo a la muerte o el envejecimiento. Aunque afirma «Mientras esté viva, no voy a ser una vieja». Y esta reivindicación de una de esas tres voces testimoniales se intensifica por medio de la repetición en la estampa y la voz de la intérprete, en un recurso enfático que la directora va a reproducir en otras tantas ocasiones, y que personalmente me ha resultado encantador. Pero además, y sobre todo, hay una cuestión capital, desde mi punto vista constitutiva del enfoque de Sudasassi Furniss, la representación visual de la voluptuosidad corporal femenina, ya sea en la figura de una mujer en sus sesenta o de una veinteañera, inunda la pantalla con la intensidad de una sensibilidad propia, alejada de las convenciones construidas desde la mirada masculina.

Sin embargo, con el discurrir de la narración, la atmósfera se va enrareciendo. Las reacciones ansiosas o más o menos furiosas entre las cuatro paredes de la casa del presente, los golpes de martillo sobre un pestillo para desprenderlo de la puerta del baño, se sincronizan con las imágenes pretéritas de la primera agresión sexual y el insoportable sentimiento de culpa, afianzado por una educación sexual represora en la escuela de monjas a la que asistía. Entonces, por medio de una sensacional secuencia de transición, que arranca con un formidable derribo de la cuarta pared, «¿Por que no me escucharon?», la quietud en la filmación precedente se revoluciona hacia una circularidad espacial y temporal que invita al presente a la niña que fue, a su madre del pasado, a su abuela, y las reúne con su hija y su nieta, en una potentísima metáfora de la vinculación intergeneracional. A partir de ahí, los desagravios vividos van ganando fuerza, la violencia y la humillación matrimonial, la insatisfacción sexual, la maternidad exigente y solitaria —aunque afirme con contundencia, «Es un amor indescriptible, un vínculo muy profundo»—. Y al final, desde la depresión más calamitosa, el cambio espiritual necesario para huir, para separarse de su agresor, y estar viviendo un romance nunca antes conocido. «Libertad total», proclama, «desde el corazón que no entiende de sexo, género o edad».

Unos pocos momentos antes, esta mujer, que son tres, que son otras tantas mujeres, reivindicaba la feminidad fuerte, dulce y apasionada en todos los aspectos. Y esa clave es precisamente la que Sudassasi Furniss ha conseguido aprehender en su película. Una elocuente, poética y sensual sinergia entre la individualidad y los patrones socio-culturales impuestos, que combina con una honestidad conmovedora las memorias pretéritas y los posicionamientos presentes. Y para terminar, tres retazos, tres hermosos planos de espaldas de las tres mujeres que no se atrevieron a mostrar el rostro, mientras la canción Este cuerpo de Valeria Castro nos termina por reconfortar.

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