Sintiendo la memoria
Si hay algo único y verdaderamente maravilloso del cine de Apichatpong Weerasethakul es su capacidad para convertir cada una de sus películas en auténticas experiencias cinematográficas. Su primer filme, Mysterious Object at Noon (2000), era un viaje en busca de la creación de un relato improvisado y contado por todo un país que hacía de la película una especie de documental experimental interesantísimo. Más adelante, con Tropical Malady (2004), el director tailandés llevaría a cabo una de las grandes obras maestras del cine contemporáneo, un filme capaz de desdoblarse a sí mismo y transformarse en una pieza única y extraordinaria. De igual modo, Tío Boonmee recuerda sus vidas pasadas (2010) sería otra obra radical sobre el pasado del hombre y la magia del relato que, además, se llevaría la Palma de Oro.
Memoria no es una excepción en la filmografía de Weerasethakul y, efectivamente, es otra experiencia, en este caso, extremadamente sensorial, en la que más que pensar sobre aquello que se está viendo, uno sencillamente se pierde en los sonidos y en las imágenes de una película que, antes que nada, debe “sentirse”.
El filme sigue a Jessica (Tilda Swinton), una florista escocesa que está viviendo en Colombia y que, tras despertarse súbitamente una noche a causa de un misterioso sonido, decidirá localizar ese mismo sonido, realizando un viaje que la llevará a encontrarse con un misterioso hombre en la selva amazónica que dice recordarlo todo. Aunque, a diferencia de otros trabajos de Weerasethakul, la película no se divida estrictamente en dos, sí que es verdad que podríamos estructurar la historia en dos partes según los espacios en los que sucede la acción.
Durante el primer tramo de película seguimos al personaje de Tilda Swinton por diferentes lugares de la ciudad en larguísimos planos secuencia que se mantienen siempre estáticos y alejados de la actriz. Swinton puede liberar sus movimientos y gestos —siempre medidos, sobrios y discretos— de manera que estos remiten a una especie de estado vital que queda reforzado por un uso exquisito de los sonidos y el silencio. Ya en esta primera parte, Weerasethakul va apuntando ideas sobre la memoria que podemos encontrar, por ejemplo, en la escena en la que Jessica visita a su hermana, que padece una enfermedad y es muy olvidadiza, o en la simple acción de hacer una foto con el móvil a un cuadro. En el segundo tramo, no obstante, Jessica llega a la jungla y el concepto de memoria toma forma gracias, especialmente, al sonido.
Jessica parece transformarse en una antena de sensaciones y emociones, y la película despliega de forma absolutamente prodigiosa un conjunto de sonidos que se remontan hasta el origen de los tiempos. Weerasethakul utiliza el sonido para indagar en las profundidades del alma humana y la memoria planetaria, introduciéndolo magistralmente en unas imágenes que, mediante su austeridad, quedan intrínsecamente vinculadas a los valores conceptuales y espirituales de su cine, logrando alcanzar un poderío visual realmente inimaginable que queda ejemplificado en el plano fijo de casi tres minutos de un hombre sin pestañear estirado en la hierba y con la jungla prácticamente en silencio.
Apichatpong Weerasethakul ha realizado una de las películas más fascinantes, reveladoras y radicales de los últimos tiempos. Una exploración de la memoria humana, terrestre y cósmica totalmente excepcional. Cine total.