En un futuro alternativo las bases militares como la de Guantánamo, ya no son prisiones exclusivas para los adultos reclusos. Uno de esos cuarteles en la campiña inglesa, alberga prisioneros menores de edad a los que llevan maniatados en sillas de ruedas, a la escuela. Los mantienen en observación médica estricta. Y son vigilados con desconfianza por sus guardianes. O con terror cuando se alteran al percibir a los soldados descuidados porque no han neutralizado su olor corporal.
Así comienza el segundo largometraje dirigido por Colm McCarthy, realizador veterano desde principios del siglo veintiuno, fogueado en numerosas series de la televisión británica, algunas tan famosas como Doctor Who, Los Tudor y Sherlock. Quizás una de las más prestigiosas en la que no ha participado sea Black Mirror, aunque después de ver la película, puede que le ofrezcan dirigir algún episodio de la cuarta temporada, sobre todo teniendo en cuenta que lo mejor de Melanie. The Girl with All the Gifts tiene esa esencia de distopía deprimente, al igual que numerosos argumentos de Twilight Zone, Hammer House of Horror, Historias para no dormir y demás seriales conclusivos con tramas terroríficas y fantásticas. Tanto el principio, durante casi tres cuartos de hora, unidos al tercio final del film, suponen un ejemplo de lo que podría haber sido en su totalidad la cinta. En el arranque se concentran las mejores escenas, con el comportamiento cotidiano de la niña protagonista, Melanie, de una inteligencia y humanidad desbordantes, que las diferencia de los agresivos militares y científicos que la custodian. Con simples detalles como son las fotografías de mascotas que pega y despega de la pared de la celda, antes de dormir. Los segundos que cuenta hasta que los soldados abren la puerta para llevarla a su clase. Son momentos brillantes que sirven de contraste entre la vida cotidiana de un grupo infantil, de aspecto indefenso e inocente, pero que reaccionan de forma salvaje al sentir cerca el sudor, saliva o cualquier aroma corporal de sus carceleros. Todos estos rituales están narrados con un suspense progresivo que logra enganchar el interés desde las butacas. Luego sufre un quiebro en la segunda parte, al salir del cuartel, con la huida de los protagonistas hacia espacios abiertos, en una persecución y búsqueda de refugio que se asemeja más a un film de misiones bélicas. En este desarrollo, McCarthy echa mano de su oficio como realizador para series, dosificando la acción junto a escenas de peligro, salteadas con oficio pero sin la efectividad que lograba durante la primera parte. Así que los encuentros, descubrimientos y situaciones de riesgo que les suceden a los cinco personajes en su fuga, se acumulan por continuidad pero sin evolucionar, a pesar de que en el caso del sargento Parks (Paddy Considine) si exista cierta progresión dramática frente a los roles estáticos de Gemma Arterton como profesora comprensiva o Glenn Close como doctora obsesionada.
Es evidente que un enorme porcentaje del film depende del guionista Mike Carey, adaptador de su propia novela, en la cual se basa el texto. Tal vez por esta razón el guionista ha querido mantener todos los episodios importantes sin aligerar algunas secuencias que lastran el ritmo o alargan de forma injustificada la duración del metraje. De igual manera, las referencias a otras novelas, comics y sobre todo producciones audiovisuales se pueden resumir con la mención a varios títulos, además de los citados en párrafos anteriores. Sin dudarlo ahí están ¿Quién puede matar a un niño? de Narciso Ibáñez Serrador o El pueblo de los malditos, quizás más en la versión clásica de Wolf Rilla. Pero merece la pena investigar otras similitudes a la filmografía de George A. Romero. Cruzada por el viaje que parece una odisea, tan deudor en ocasiones a Salvar al soldado Ryan. Y ese homenaje discreto, pero efectivo, a la primera saga de cinco largometrajes del planeta de los simios, en especial a la cuarta (La rebelión de los simios) y la quinta (La conquista del planeta de los simios) dirigidas ambas por J. Lee Thompson.
No se trata de buscar tantos referentes para que esta reseña quede más recargada, sino que al mencionar todas estas influencias se demuestra la falta de invención de la historia, tal vez más para los espectadores versados en los géneros terrorífico y de ciencia ficción.
Pese a este reciclaje de hallazgos provenientes de otras producciones, el film puede ser atractivo para el público adolescente y juvenil al que se dirige, seducido por una lista de secuencias, varias crudas, otras sangrientas, aunque resueltas con buenas composiciones, la hemoglobina adecuada, duración y detalles breves, de tal forma que todo resulte tan inocuo como en un videojuego de guerra o criminal. Sin recurrir a un humor, aunque sea leve, salvo en alguna intervención aislada de actores como Considine. Eso sí, la dirección artística empleada en mostrar este Reino Unido apocalíptico y contaminado, resulta tan convincente como fotogénica. Si le buscáramos una lectura posterior al brexit, lo bueno es que todo se quede en las islas británicas, es lo que tiene el aislacionismo. Pero sin ninguna duda, su mejor baza la consigue con un final coherente, arriesgado y que remonta un poco el nivel de atención perdido. Toda una declaración de principios sobre cómo resurgir cuando todo parece perdido.