Cuando a posteriori, una vez vista, me enfrento a una película, a menudo la principal pregunta qué me hago es la siguiente: ¿qué me han querido contar? A veces, dentro de esas ocasiones, también intento ir un poco más allá. Intento imaginar al creador de dicha obra, al transmisor, preguntándose a sí mismo antes de iniciar la historia qué quiere contar, qué quiere hacer llegar al receptor. No es una cuestión sencilla. Una vez planteada es cuando comienzan las dudas: esto que voy a contar ya se ha contado (posiblemente mejor), ¿hay auténtico interés en lo que yo propongo? Las dudas van más allá de uno mismo, quiero pensar, al recrear la idea de que otro —u otros— pueda ver el producto que uno acaba de entregar, desde su propio punto de vista y desde el del público. Si además se trata de una ópera prima, de la ópera prima de una famosa actriz, para más inri, que escribe, dirige y semiprotagoniza su primer film, puede que el juicio del que visualiza dicho resultado sea mucho más profuso que si fuera algo desconocido y menos esperado.
A Mélanie Laurent, al menos en su faceta como directora, parece que se le da bien construir castillos en el aire, que disfruta trabajando con más de una premisa, integrando varios argumentos en uno, alimentando diferentes atmósferas, creando, destruyendo y desarrollando ambientes a lo largo de sus tramas, más allá del contexto principal, del género o del arco de los personajes. Su sensibilidad (conocida ahora tras una mayor filmografía) está equilibrada entre lo indie y lo comercial que conocemos (por resumirla bastante), y podría expresarse como algo muy íntimo y, por tanto, personal. No tanto por tener un discurso bien diferenciado dentro de sí misma y los demás, sino por la capacidad que tiene para conmover, conmocionar y contemporizar —las tres cons— al público. Para ejemplo, Les Adoptés.
El primer largometraje de Mélanie Laurent, estrenado en 2011, es el trabajo de una persona con talento para contar historias, capaz de emocionar, hacer reír y entretener, mostrándose dotada también para la dirección de actores, haciendo fácil la identificación con ellos en apenas unos escasos minutos. Dividida en tres fragmentos —partiendo de la perspectiva de cada uno de los personajes principales— conoceremos la singular relación de dos hermanas (una de ellas adoptada, Marine). El primer fragmento está protagonizado por Marine (Marie Denarnaud) y es el más vitalista. En él Laurent transmite la felicidad a un ritmo detallista y veloz. Es en el desarrollo donde va perdiendo fuelle, aunque es algo buscado. Si bien con ello se pierde, quizá, la reflexión más interesante del guion (la dependencia familiar que casi siempre existe, sumada esta a la culpabilidad de, no ser sólo una hermana, también sentirse agradecida de tal modo que uno no sabe qué hacer: ¿Es mi vida o la nuestra? ¿Hasta qué punto los debo corresponder?). En el segundo fragmento, dedicado a Lisa (Mélanie Laurent), algo de todo esto se pierde, con el punto de vista de la hermana no adoptada y sus celos. La película gana en amargura, deviniendo en un drama en el tercer fragmento, el de Alex (Denis Ménochet).
No sé si Mélanie Laurent tuvo alguna de las dudas que planteaba al inicio de la reseña, pero da la sensación de que quiso centrarse en el estilo antes de decidir de qué iba a ir su película, sin que eso la haga ser peor. Eso sí, puede que globalmente se quede en medio de una encrucijada argumental, en un desarrollo equilibrado en general, pero no siempre, que compromete el resultado final, bastante digno. Se podría decir que la impronta de Mélanie Laurent prevalece sobre un guion algo más desequilibrado, o que hay más pretensiones en el tono y en las formas que en el qué o el para qué, ganando el quiénes (resulta bastante sencillo coger cariño a todos los personajes). Algunos cambios de tono son un poco bruscos, otras veces están bien medidos y son apenas perceptibles. Les Adoptés es una primera película convencional que no lo es tanto por el modo en que se cuenta. Lírica, nostálgica e introspectiva. Un cuento sobre la satisfacción efímera, escrito y dirigido desde la perspectiva de la alegría, el sufrimiento y las pérdidas, que siempre son inesperadas. Un drama moderado, pero también una comedia romántica poco desarrollada, sobre lo que ocurre demasiado pronto y demasiado tarde.