¿Se puede practicar el humor a través de una de las condiciones más oscuras del hombre? Para eso nacieron las comedias negras, y pocas personas son tan altruistas como Maha Haj a la hora de ponerlas en práctica. La directora palestina de origen israelí emite potentes alegatos a través de su protagonista en Mediterranean Fever, que a simple vista nos habla de la depresión, pero su humor está repleto de finas capas de realidad.
Waleed es ese padre de familia que en vez de escribir la gran novela que le va a sacar de la abundante clase media, mira el techo durante horas. Al que sus hijos arrastran cada mañana fuera de la cama y su familia molesta con menesteres sociales cuando aspirar a un futuro, cualquiera, ya se le atraganta. El hombre que convive a diario con su malestar y no lo oculta. Waleed, además es el protagonista absoluto de una historia que se construye en los cimientos de lo aparentemente prohibido en la ciudad de Haifa que, así en retrospectiva, es aparentemente todo lo que a este hombre le pueda interesar, ya sea su patria, su atención por lo delictivo o incluso el ideal nórdico de la muerte digna.
Aunque el punto de inflexión parezca la llegada de un peculiar vecino a su edificio, algo que transforma un universo aparentemente nihilista en un caos para Waleed, es quizá el chiste en el que se convierte ese síndrome de la fiebre mediterránea familiar el verdadero quid de la cuestión. Una vaga descripción de la enfermedad como un virus que se contagia de padres a hijos entre habitantes de zonas mediterráneas dice mucho de la defensa del territorio palestino que introduce la directora a través de sus personajes, cuando comprendemos que la convivencia misma es un recuerdo constante de lo perdido. Este es un tema que se introduce de forma hilarante en distintos puntos del film, sin desprenderse por ello de su sentido crítico y revulsivo frente al aparente olvido común.
Pero sí, dentro de esta caja multiforme en que se convierte Mediterranean Fever encontramos una extraña pareja, esa relación fructífera entre dos desconocidos que a simple vista nada tienen que ver. Dentro de los desencuentros típicos de dos adultos que se prestan atención mutuamente a destiempo, Maha Haj sabe desgranar verdades absolutas a través de sus insignificantes mentiras. Mientras Waleed se muestra inamovible en algunas de sus convicciones, el espíritu cambiante que asola la vida de Jalal es siempre sorprendente y, entre ambos, se forma algo más que una ‹buddy movie›, llegando a impactantes resultados y mucha ironía dentro de sus radicales decisiones.
Como una funcional ‹matrioshka› que sabe envolver la depresión de los misterios delictivos del recién llegado y las elocuencias mentirosas del aspirante a escritor, y sin olvidar la experiencia masculina con que nos sorprende la directora, la comedia se superpone a los protagonistas y a la vez consigue agazaparse cuando es necesario, por lo que inteligentemente nunca se pierde la simpatía por este coral reparto de perdedores ni por sus ocurrencias. El ingenio se abre paso entre pensamientos nocivos y malas decisiones, eso que tan bien se le da a los griegos cuando se ponen manos a la obra y que, en manos de la directora y gracias a su afilado guion, se vuelve prohibitivamente ufano, sentenciando que el humor negro también sabe abrazar lo político y lo social.
Al final, a todos nos pueden diagnosticar un poco de esa fiebre mediterránea, sufrimos de dolor comunitariamente.
Una directora más que interesante.Con muchas ganas de ver qué pasa con esta fiebre mediterranea, que siempre nos depara cuestiones socio-políticas de interés.💥👌