Resulta sorprendente que en los últimos años no se haya hablado más de un cineasta como Fred Cavayé, y es que el hecho de que un género como el thriller se encuentre en un momento en el que resulta difícil hallar, no tanto buenas propuestas en ese ámbito, sino más bien cineastas que adquieran peso dentro del mismo y muestren cierta regularidad, hace precisamente de la figura del galo uno de esos talentos a seguir y reivindicar en su cierta medida.
Si decía que sorprende ese olvido que parece rodear a Cavayé, es precisamente porque el autor de Cruzando al límite ha estrenado todos sus trabajos en cines españoles, aportando notables resultados como el que ofrecía en su anterior trabajo, una Cuenta atrás protagonizada por Gilles Lellouche y Roschdy Zem donde, partiendo de una premisa que bien podría haber caido en terreno de nadie o, incluso, fácilmente en el ridículo, el cineasta armaba uno de esos ejercicios verdaderamente recomendables que se distinguía en especial por el pulso a la hora de rodar escenas de acción.
Con Mea culpa continúa esa senda que bien podría dilapidar un ejercicio verdaderamente eficaz con algunas decisiones de guión: Cavayé emplea a un niño como desencadenante de la acción para contarnos una historia de redención cuyos «flashback» resultan quizá la parte más endeble del film en sí. No obstante, el director sitúa de nuevo los elementos sobre la mesa como si de una partida de ajedrez se tratase, e intenta que las intervenciones de ese infante perseguido por la mafia tras asistir a una escena que no debería haber presenciado sean contadas, primando así la acción sobre una faceta dramática que no obtiene tanto peso y evita que Mea culpa pierda parte de su efervescencia.
Esa capacidad por rizar el rizo, por encontrar situaciones que perfectamente podrían arruinar la función (como en Cuenta atrás donde, por ejemplo, entraba una mujer embarazada en la ecuación), no malogra un film que sabe en todo momento cual es su principal función, y ante el cual, además, uno obtiene la seguridad de que con un cineasta como el francés tras las cámaras, como mínimo se podrá disfrutar de uno de esos adrenalínicos y electrizantes títulos que hacen de las escenas de acción una de sus principales bazas, logrando sostener la propuesta gracias a los grandes momentos que Cavayé teje a través de cada escenario propuesto.
Esos escenarios, que reafirman además una de las principales virtudes de su cine, donde es capaz de hacer gala de un pragmatismo patente que se refleja precisamente en la construcción de esas secuencias de acción, logran trasladar el film a un plano distinto por el hecho de saber aprovechar espacios inusuales e incluso construir auténticos «tour de force» que destapan la fuerza de un cine intenso, que sabe controlar sus actos a la perfección y medir sus esfuerzos generando incluso un clímax todavía más potente que lo visto hasta el momento, hecho nada desdeñable teniendo en cuenta que el galo parece poseer una capacidad innata para armar cada instante de acción.
Quizá el hecho de que su conclusión no funcione a los niveles que se le presupone a ese final desluce un poco la propuesta, pero lo cierto es que Mea culpa compensa en base a lo que mejor sabe hacer, potenciando además de la versatilidad de cada escenario y pasaje, un montaje (incluso en paralelo) magnífico y la presencia de dos actores como Gilles Lellouche y Vincent Lindon (que, por cierto, repiten con el director), que saben perfectamente en el terreno en que se mueven. En definitiva, Mea culpa entrega exactamente lo que uno podría esperar de un trabajo de Fred Cavayé: uno de esos thrillers trepidantes que fomentan la mejor vía de escape en 90 minutos de pura evasión.
Larga vida a la nueva carne.