Roberto Sneider construye con Me estás matando, Susana una oda al mal gusto, a la idiotez y a la mediocridad humanas que bien podría equipararse al comentario burdo que el típico borracho de bar suelta delante de la televisión para contrarrestar las sandeces del telediario con gansadas aún mayores. Es esta manera de proyectar en una película como objeto externo la propia estupidez propia la que convierte el posible malestar de relacionarte en el plano personal con un aura de ese estilo en una cuestión social. Pero más tratarse de un producto que cause extrañeza en la comunidad en la que se presenta, Me estás matando, Susana parece volverse reflejo de toda una sociedad plana y rampante que a su vez se resume en el espectador que busca entretenimiento, el que bebe y come mientras las imágenes se proyectan en la pantalla. Es decir, que pensando en la pobreza de Me estás matando, Susana nos terminan por venir a la mente dos elementos que se retroalimentan y bajo los cuales se encuentran recogidos todos los individuos que encabezan el camino de la decadencia. Tenemos por lo tanto, como digo, dos elementos terribles en juego: la película como proyección de toda la podredumbre moral y del humor anti-inteligente, por un lado; el espectador que suprime el rito, la mística del cine y del ascetismo unido a la contemplación de la imagen (a no interactuar con nadie, aguantarse el sueño y la meada, no comer ni beber, a ese olvidar el cuerpo durante la experiencia), por otro lado. Todo ello en favor de un materialismo y búsqueda permanente de la satisfacción que tiene su cumbre en esa manifestación arquitectónica que supone la creación de las salas de lujo de las que tanto se habla últimamente y que tanta gracia me hacen. Salas del culto a la glorificación del cuerpo que en su exceso terminan por volverse espacios de tortura del espíritu.
Me estás matando, Susana narra la historia del típico pavo gañán que es abandonado por su novia una vez esta se da cuenta de que su pareja no vale nada. Es la insistencia fruto de la propia tosquedad la que llevará a este no-héroe a buscar por todos los medios conquistar a su amada, con todo lo que conlleva la conquista, es decir, que le quiere volver a usurpar todo el espacio vital a la chica. Es así como, en un mar lleno de tópicos y críticas manifestadas de la manera más cutre y torpe posible, se desplegará la tensión entre cazador y presa. Todo esto podría llevarnos a pensar: joder, es posible que Roberto Sneider esté intentando criticar mediante el discurso irónico esta situación precisamente, pero como dice Beatriz Martínez en el Periódico: «la película ofrece un discurso tan contradictorio que termina resultando muy ambiguo, justificando aquello que pretendía denunciar». Es decir, que o bien Roberto Sneider está intentando denunciar la presión de la mujer que cae bajo el macho paleto ibérico pero su falta de talento distorsiona todo y termina por entenderse lo contrario; o bien el director mexicano está encubriendo una mentalidad bastante arcaica que intenta camuflar bajo un discurso que se le va de las manos precisamente porque es difícil hacer pensar a alguien que piensas lo contrario de lo que en realidad piensas. El caso es que al fin y al cabo todo termina por resumirse en una mujer que abandona a su pareja pero que termina por volver a vivir con ella porque (y por muchos intereses que tenga) ella reconoce en la insistencia de su pareja por volver a estar juntos un valor positivo, terminando por tener durante los créditos la impresión de que ambos son realmente unos soberanos ineptos, unos pendejos y unos absolutos parias.
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Totalmente de acuerdo con la crítica.